Parte 26

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LA VUELTA AL FUERTE

La noche era especialmente oscura, y el camino se desvanecía bajo sus pies. Elizabeth y Daniel avanzaban con cuidado, agotados y preocupados. Habían consumido toda la comida que llevaban y solo les quedaba un poco de agua y unas cuantas semillas de calabaza. La incertidumbre y el cansancio se sentían como una pesada carga sobre sus hombros.

De repente, una sombra familiar se dibujó ante ellos. Era el antiguo campamento de los ChowanoKe, la tribu de Nakoa y Moako. Los restos de un incendio reciente aún eran visibles; el humo y el olor a quemado flotaban en el aire, recordándoles la tragedia que había ocurrido allí.

—Pasaremos aquí la noche —dijo Daniel, mirando a su alrededor con determinación—. Mañana continuaremos hacia el fuerte. Pero antes, buscaremos el hoyo de las reservas. Tal vez quede algo.

Con un leve asentimiento, Elizabeth guió a los niños hacia lo que quedaba de las tiendas. Los escombros eran un refugio precario, pero era mejor que nada. Cuando los niños se acomodaron y se quedaron dormidos, Daniel y Elizabeth se adentraron en la oscuridad, buscando el escondite que les habían mencionado Taya y Nakoa.

Después de un rato de búsqueda, finalmente encontraron el hoyo, cubierto de ramas y hojas. Daniel se agachó para despejar el área.

—Aquí está —dijo, su voz llena de asombro. El hoyo era más grande de lo que había imaginado y estaba repleto de provisiones.

Excavaron con manos ansiosas y pronto encontraron más semillas, algunas batatas y carne seca. Lo más sorprendente fue un cesto lleno de maíz, brillando tenuemente bajo la luz de la luna.

—¡Esto es increíble! —exclamó Elizabeth, llenando su mochila con todo lo que podían cargar—. Podremos llevar algo a la colonia.

Llenaron sus cantimploras y las de los niños en el pozo, que estaba casi seco, asegurándose de llevar la mayor cantidad posible. Con un último vistazo al hoyo, Daniel dijo:

—Esto nos ayudará a reponer fuerzas. No sé cuánto tiempo nos queda hasta que estemos a salvo.

Regresaron a donde los niños dormían, cansados pero aliviados por el hallazgo. Se acomodaron junto a ellos, tratando de generar calor en la fría noche.

—Mañana será otro día —susurró Daniel, acariciando el cabello de Elizabeth—. Necesitamos estar listos para lo que venga.

—Sí —respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro—. Hay que reponer fuerzas. Esto es solo el principio.

A medida que la noche avanzaba, los murmullos del bosque y el susurro del viento se convirtieron en una canción de cuna. Daniel y Elizabeth cerraron los ojos, agotados pero con un leve resplandor de esperanza. La vida seguía, y aunque el futuro era incierto, al menos estaban juntos, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.

Era una noche cerrada en el fuerte. Las sombras se alargaban bajo la luz tenue de las antorchas, y el aire se sentía tenso. Mary, Anne y Carter recorrían los pasillos de la fortaleza, llenos de desesperación.

—No entiendo dónde pueden estar —decía Mary, su voz quebrada por el miedo.

—Boby dijo que Samuel se fue con Clara, Elizabeth y Daniel —respondió Anne, tratando de mantener la calma.

Carter, frunciendo el ceño, replicó:

—¿Y si no logran encontrarse con Nakoa? Si los Croatoan los capturan... Mis hijos, Daniel y Clara, son todo lo que tengo.

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