[R̲̲̅̅o̲̲̅̅i̲̲̅̅e̲̲̅̅r̲̲̅̅]

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Cartas de amor

Era raro; había escrito cartas antes, pero ninguna de amor. Y ahí estaba, sentada en mi escritorio, escribiendo una carta para el chico que me hace suspirar. Un chico que seguramente jamás me haría caso; era novio de mi ex mejor amiga.

Las cosas cambian, y más cuando pasan este tipo de cosas.

—Papá, ¿viste mi caja? Es azul, pequeña y tiene un listón azul; me lo dio mamá.

— Cariño —contestó, viéndome mientras metía algunas cosas en un horno—, no la he visto.

¿Quién era mi padre? Rubius, un reconocido ser extraño que tenía dos identidades: el del bien y el del mal. Hace años, en una "misión", quedó más preñado, y bueno, sonará raro, pero sí... mi padre me dio a luz.

Pero eso no importaba; ahora lo importante era que mis cartas de amor hacia el novio de mi ex amiga habían sido entregadas.

—Tal vez se mezclaron con las donaciones.

—¿Con las donaciones?

Sentí que el mundo daba vueltas y que la vida me odiaba. Subí las escaleras para gritar de coraje. ¿Cómo era posible eso? ¿Qué pasaría cuando Roier se enterara de que, a pesar de su reacción, sigo enamorada de él? Me gusta desde que éramos pequeños, cuando inocentemente nos dimos un beso en una pijamada.

La rabia me burbujeaba en el pecho mientras subía las escaleras. Aún no podía creer que mis cartas, mis pensamientos más íntimos, hubieran terminado en manos equivocadas. Imaginé a Roier leyendo cada palabra, cada suspiro, y la idea me causaba un nudo en el estómago.

Me detuve en el pasillo, respirando hondo para calmarme. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el lugar con un brillo cálido, pero en mi corazón solo había tormenta. ¿Qué diría? ¿Cómo reaccionaría? La última vez que hablé con él, su mirada había sido distante, como si ya no quedara nada de nuestro pasado compartido.

Caminé hacia mi habitación, donde mis recuerdos de la infancia aún habitaban en las paredes. Allí estaba la foto de la pijamada, un momento congelado en el tiempo. Roier y yo riéndonos, las caras pintadas con colores brillantes y la promesa de que siempre estaríamos juntos. ¿Cómo había llegado a este punto?

Saqué mi teléfono y revisé los mensajes. Había un par de textos sin responder de Roier. Aún no podía creer que hubiera decidido salir con mi ex mejor amiga. Esa traición dolía más de lo que quería admitir. Pero no era solo eso; era el miedo a perderlo para siempre, a que el pequeño rincón que ocupaba en su corazón se llenara con alguien más.

Decidí que necesitaba hablar con él. No podía quedarme con este nudo en el estómago, no podía permitir que mis sentimientos se quedaran atrapados en un limbo. ¿Qué tal si le contaba la verdad? La idea me aterraba, pero ¿qué opción tenía?

Tomé una respiración profunda, decidida a enfrentar lo que vendría. Si las cartas ya habían sido enviadas, tal vez era hora de arriesgarme y abrir mi corazón.

Pero había algo en mi mente que no me dejaba en paz: ¿y si Roier aún no había terminado con su novia? ¿Estaría arruinando su relación? No quería quedar como la intrusa en su historia. Y además... ¿y si sus sentimientos habían cambiado? ¿Podrían cambiar por una carta que solo reflejaba los celos que sentía, porque mi mejor amiga había terminado con el chico que alguna vez amé?

Pero, ¿cómo iba a saber que me gustaba antes del beso? Me empezó a gustar después de ese beso, después de que mi amistad con ella se rompiera por ese mismo beso, y de que él se alejara de mí. No podía quedarme así, debía arreglar esto. Salí de mi casa, decidida a hablar con él y solucionar todo este embrollo.

Debía enfrentar al chico que me había enamorado.

Mientras caminaba, mis pensamientos se arremolinaban sin parar. La verdad es que no sabía lo que sentía Roier. Tal vez, para él, todo había sido un error, algo pasajero que ya no significaba nada. Tal vez solo fue un juego para él, mientras que yo me había aferrado a ese momento como si fuera un ancla. ¿Y si su mirada distante no era porque le importara lo que había pasado, sino porque simplemente me había olvidado?

El aire fresco golpeaba mi rostro, pero no lograba calmar mis nervios. Cada paso que daba me acercaba más a la verdad, pero también me aterraba más la idea de enfrentarla. ¿Qué haría si me rechazaba? No era solo el miedo a perder a Roier como algo más, sino también a perder el último vestigio de lo que alguna vez compartimos como amigos.

Finalmente, llegué a la puerta de su casa. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mis manos temblaban levemente, pero tenía que hacerlo. No podía dejar que la incertidumbre me consumiera.

Toqué el timbre, y por un instante, todo se detuvo. El tiempo pareció alargarse mientras esperaba que él abriera. Cuando finalmente lo hizo, ahí estaba: Roier, con esa expresión que no podía descifrar. Y entonces, antes de que pudiera dar marcha atrás, las palabras salieron de mi boca.

—Tenemos que hablar.

𝙊𝙣𝙚 𝙨𝙝𝙤𝙩𝙨 //QSMPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora