Epilogo.

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And I hear your ship is comin' in.
Your tears a sea for me to swim.


Despertó con el pitido constante del electrocardiograma.

Lento y con pereza, abrió los ojos, notando el techo barnizado oscuro, no el típico tapiz blanco de los hospitales.

Parpadeó varias veces, tratando de recordar qué fue lo que pasó antes de dormirse.

Antes de...

La garganta se le hizo un nudo cuando los recuerdos se agolparon a su memoria.

Cada fragmento.

Cada gota.

Todo.

Aunque mantuvo su rostro inexpresivo, sintió la tibieza de sus lágrimas caer por sus mejillas.

¿Aún tenía lágrimas?

Pensaba que ya no tendría más para derramar. Pero, tal parece que las lágrimas nunca se acababan, al igual que el dolor.

Alguien suspiró casi con alivio.

Beatrice movió los ojos hasta encontrarse con la mirada demacrada de Martín. Sonrió levemente al verla despierta.

—Me alegra que al fin estés de vuelta. Estaba preocupado...

Ella se mantuvo en silencio. Sin fuerzas ni ganas para hablar. Sólo quería volver a dormirse y, si era posible, no despertar más.

—No te preocupes. Aquí están Piero y Leonardo juntos. Danetto insistió en mantenerlos en una sola habitación.

Beatrice inclinó la cabeza hacia su izquierda, y allí estaban. Su hermano y su padre, aún dormidos... o inconscientes.

Por mucho que lo intentara ignorar, sentía demasiado la falta de alguien. Ellos estaban ahí, pero no estaban todos.

Ya no.

Tragándose un sollozo, desvío la mirada.

Deja de llorar. Deja de doler... por favor.

Danetto entró en silencio, como si tuviera miedo de perturbarlos. Sonrió con alivio cuando vio a Beatrice.

—¿Cómo te sientes, piccola? —preguntó suavemente.

Beatrice no dijo nada. No podía, si abría los labios, lo único que saldría de ellos eran lloriqueos y gemidos de dolor.

Danetto asintió ante su silencio y le limpió una lágrima con el pulgar.

Su padre emitió un gemido bajo, removiéndose, y el estómago de Beatrice se hundió.

Él no sabía lo de su madre.

Dios... Lo matará...

Danetto se acercó a él, acomodándole la almohada.

Leonardo sentía la garganta seca y el cuerpo adolorido y ni hablar de su ojo herido. La morfina no hacía muy bien su trabajo cuando el corte llegaba tan profundo.

Parpadeó con su ojo bueno, aclarando su visión. La mitad de cabeza estaba envuelta en vendas hasta el ojo derecho.

—Bienvenido de vuelta, hijo. —Danetto se sentó en la orilla de la cama—. No te muevas tanto. Llevan dos días dormidos.

Él suspiró cansadamente. Exhausto.

Entonces se crispó de repente al recordar.

—¡Los niños!

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora