❅ :Capitulo Treinta y ocho: ❅

86 11 1
                                    


Estoy en la nada, rodeada de oscuridad. A lo lejos, el rugido de seres monstruosos se acerca, mientras extraños siseos resuenan a mi lado, casi como si me protegieran.

Una melodía conocida suena en mi oído izquierdo, nítida y persistente.

El rugido de las criaturas oscuras se intensifica. Siento cómo una gran ola de agua emerge desde mi interior.

"Esto no es agua, es mi habilidad", pienso rápidamente antes de despertar abruptamente.

A mi alrededor, todo vuelve a la normalidad. Los muebles, antes derretidos, recuperan su forma sólida. La sala, que parecía un escenario sacado de una pesadilla, regresa a su estado habitual. Sin pensar demasiado, subo las escaleras apresurada y entro en mi habitación.

Aún aturdida, no puedo asimilar que caminé sonámbula y, peor aún, que mis habilidades se desbordaron sin control. Cierro el pestillo de la puerta, aunque sé que eso no evitará que, en otro episodio inconsciente, la convierta en agua.

"Aunque no creo que eso sirva de mucho", murmuro.

Me tumbo en la cama, indecisa sobre si cerrar los ojos o no. Tras un rato dándole vueltas al asunto, el sueño me vence.

Me levanto con el cuerpo adolorido por las pocas horas de descanso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me levanto con el cuerpo adolorido por las pocas horas de descanso. Tal vez no estaría tan cansada si pudiera dormir bien. Apago mi celular y bajo a desayunar. Mis padres me observan en completo silencio.

Desde que Marinette me contó cómo ocurrió el accidente, mi memoria empezó a llenar los espacios en blanco. Poco a poco, recordé lo que me había atormentado durante meses.

Les expliqué todo a mis padres: la investigación que estaba realizando, el terrible error que cometí y cómo fui engañada con tanta facilidad. Sin embargo, omití un pequeño detalle: que tenía pensado "patearle el trasero", literalmente, a uno de los herederos más importantes de Londres. Eso prefiero guardarlo como un recuerdo personal para los días tristes.

Desde entonces, el ambiente en casa se ha vuelto pesado, casi incómodo. Es como si estuvieran esperando que tuviera una recaída. Después de todo, no es fácil para ellos adaptarse a que, de un día para otro, su hija diga que está bien. Por eso, decidí no contarles sobre mi sonambulismo. No quiero preocuparlos más de lo necesario.

Después de desayunar, subo a mi cuarto. Desde mi escritorio, observo el broche que le robé al fiasco. Mi broche.

Me cambio y salgo para tomar el autobús a la escuela. Durante el trayecto, recuerdo cómo todas las piezas del rompecabezas estuvieron frente a mí todo este tiempo.

Desde pequeña, mi padre me hablaba sobre nuestros antepasados, sobre quiénes éramos y de dónde veníamos, pero nunca mencionaba a los guardianes ni a los protectores. Cada vez que veía el medallón o el broche, me decía que, a su debido tiempo, me contaría su historia.

De reencarnaciones, guardianes y otros problemas. Por Socqueline WangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora