12. El secreto del místico pueblo

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En silencio se encaminaron al oeste, la luna ya casi se había ocultado pero seguían en la profunda oscuridad. Irene tomó el frente, seguida de Damián y Cielo que no se soltaba de su brazo.

Ximena se entretenía con el crujido de las ramas del suelo cada vez que las pisaba, Hendrick estaba a su lado y reía disimuladamente cuando la veía hacerlo por el rabillo del ojo.

Cuando ella se percató que la observaba, se rió y lo golpeó con suavidad en el hombro.

―Deja de verme ―le murmuró, todo estaba tan callado que su voz sonó más alto de lo que había calculado.

―Que va, no te estaba mirando ―negó ocultando una sonrisa, Ximena levantó una ceja― vale, pasa que me causas gracia.

Ximena sonrió y siguió su camino. Sin querer enfocó la mirada en Damián y Cielo, y por un momento fugaz deseó tener a alguien que la abrazara con el mismo cariño. Pero pronto la sensación se esfumó.

―Oye... ―llamó a Hendrick con voz tan baja que apenas ella misma pudo escucharla. Redujo el paso y lo sujetó del brazo para obligarlo a imitarla―, ¿ellos dos son novios?

Hendrick les echó una mirada y luego regresó a Ximena, negó con la cabeza.

―Nada que ver —acotó―, Cielo es demasiado afectiva con todo Depstor. Y creo que ese crio sólo le sigue la corriente.

―Ah okay ―respondió Ximena conforme con sus palabras. Casi se sintió mal por alegrarse pero prefería mil veces que todos fueran amigos y no tener que sentirse incomoda con demostraciones de afecto.

Siguieron adelante.

Los minutos de caminata dieron paso a las horas y a la par el ambiente comenzó a aclararse. Las luces anaranjadas del amanecer tomaron el protagonismo y los árboles más cercanos ya se teñían de marrón. La cercanía al centro de Depstor se volvió evidente e incluso el monte excesivo había desaparecido. Los árboles estaban más lejos uno del otro y tenían flores adornándolos.

A Ximena le pareció increíble que tanta serenidad y belleza convivieran en el mismo sitio donde pasaron una noche de miedo hacía apenas unas horas.

―Hemos llegado al centro de Depstor ―anunció Irene haciendo una sutil reverencia―. Ximena te presento el hermosísimo paraíso de Algiz —añadió con evidente toque de sarcasmo. Ximena se preguntó el por qué, si a ella efectivamente le parecía un hermoso paraíso.

―¿Quién es mamá Aga? ―preguntó en cambio, no le había tomado importancia antes pero cuando estuvieron en Depstor necesitó saberlo.

―Es la viejita más sabía de Depstor, conoce más que nadie de nuestros orígenes y es nuestra autoridad aquí, con decirte que tiene más derecho sobre nosotros que nuestros padres ―respondió Damián.

Ximena lo miro extrañada. Al fin salieron de entre los árboles y se adentraron al pueblo. Llegaron a un patio grande casi nulo de adornos. Las casas más cercanas estaban a más de diez metros, lo único que decoraba el suelo de piedra era una fuente del mismo material por la que escurría agua a raudales.

―¿Si concede deseos? ―bromeó Ximena.

Los chicos ya se encontraban al mismo nivel, formando una línea que caminaba de manera uniforme en dirección paralela al de la fuente a paso normal.

―Obvio, pero solo a los más ancianos ―respondió Cielo con desinterés, sorprendiendo a Ximena.

―Okay... ―dijo escéptica. Comenzó a darse cuenta de que muchas cosas en aquel pueblo le resultaban demasiado surrealista como para creerlas. Sin embargo todos parecía verlo con tanta naturalidad que se sintió agobiada.

Necesito irmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora