2.- Primera parada.
Ximena guardó la bolsa con sus compras en los asientos de atrás de su auto, mientras Damián observaba con dolor el golpe en la parte frontal.
―Hum eso fue un pequeño descuido ―aseguró ella restándole importancia. Si era importante pero no quería hacérselo notar. Cerró la puerta y regresó con él―, puede sobrevivir con un foco.
―¿Pequeño descuido? ¡Está destrozado! ―afirmó Damián asombrado, tocó su barbilla con su mano y esbozó una sonrisa petulante―, puedo arreglarlo. En unos kilómetros hay muchos retenes y te van a multar si manejas el carro así.
―¿Eres mecánico?
―Pues, se puede decir que sí. Pero aquí no hay con qué, debes ir a Depstor.
―¿Qué es Depstor? me suena a sopa ―preguntó curiosa.
Se recargó en la parte frontal de su auto y ambos hicieron contacto visual. Él comenzó a reír.
—Creo que por aquí, alguien tiene hambre ―bromeó, ella notó como se formaban dos hoyuelos en sus mejillas. Tenía una cara de chico bueno―, Depstor es un pueblo cerquita de aquí.
―Bien, entonces vamos.
―¿No llevas prisa? Puede que tarde un poco en el arreglo —advirtió.
―Tengo tiempo ―respondió Ximena sin dar más explicaciones―, ¿te sigo en tu auto?
―Si pero espérame tantito, debo pedir permiso al patrón. No tardo ―informó y salió corriendo a la entrada de la tienda. La chica asintió, aún cuando él ya se había marchado y no podía verla.
Ximena entró a su auto, cerró con seguro todas las puertas, subió los vidrios y prendió el aire acondicionado. Él sol ya estaba más alto y se sentía calor.
Se inclinó en los asientos de atrás y pasó la bolsa al asiento de al lado. Sacó las rebanadas de pan, les puso mermelada y las devoró. Después de una noche en vela y una madrugada conduciendo, estaba más hambrienta que cansada.
Sacó un galón con agua y vertió un poco en su vaso especial, el cual siempre llevaba en el carro. Comió y bebió sin detenerse hasta que unos golpecitos en el vidrio le indicaron el regreso de Damián.
Apagó el clima y bajó el vidrio.
―Wow, ahí adentro sí que esta frío ―exclamó el chico abrazándose a sí mismo― Todo listo, mi camioneta es la azul. Sígueme, no está muy lejos.
―Yo te sigo ―dijo con la boca llena, después se calló apenada y terminó de tragar la comida. Levantó un trozo en dirección de Damián―. ¿Quieres?
―Estas bien safada ―dijo con una sonrisa―, vámonos.
Guardó la comida y Damián se marchó. Cada quién en su respectivo vehículo emprendieron el viaje. A Ximena le pareció que el chico conducía muy lento, pero se reservó los comentarios para después. La carretera seguía desierta, solo para ellos dos.
Estiró la mano al asiento de alado y sacó una bebida energética. Siguió conduciendo con una mano y con la otra tomaba la lata. Efectivamente, como el señor de la tienda había asegurado, las rutas eran múltiples y confusas. Agradeció tener a Damián como guía, pues de otra forma se habría perdido.
Se acabó la bebida y nada que llegaban, lo cual la empezó a desesperar. No estaba acostumbrada a conducir a una velocidad tan reducida. A falta de vehículos y en una carretera tan carente de curvas, decidió acelerar e invadir el carril contrario.
Bajó los vidrios cuando se encontró al lado de la camioneta azul de Damián.
―¡Hey, perdí la cuenta de las tortugas que nos rebasaron allá atrás! ¡Mueve tu sedentario trasero y acelera! ―gritó Ximena con mucha energía y carcajadas nada sutiles.
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Necesito irme
PertualanganCon la noche como cómplice, Ximena decide dejar su vieja y dolorosa vida atrás para tomar su carro y perderse entre la autopista. Sin voltear, acelera dichosa; abriendo sus brazos ante lo que esta por vivir. ¿Cómo podría haberse imaginado la cantid...