30. Hollín y muertos.

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La espesa masa de nubes grises se concentró en el centro del cielo. Podía percibirse entre los escasos espacios de separación de los árboles.

Ximena tuvo un renovado mal presentimiento, se le comprimió el pecho. Abrazó a Hendrick instintivamente.

Irene tensó el rostro, miró de soslayo a su hermano y en total silencio le hizo una seña a Ximena para que la siguiera.

Después de recorrer una corta distancia, una cortina de hojas les obstruyó el camino.

―Llegamos ―anunció Hendrick. Un escalofrío le recorrió la esposa dorsal.

―No debieron dejar a Cielo ―articuló Damián separándose de Irene.

―Ya hablamos de esto, no podemos tenerla cerca, es peligroso para nosotros ―se defendió la pelirroja.

―Con ella casi mueren, ¿no se dan cuenta? ―la apoyó Ximena―. Estará bien, está de su lado. Algo me dice que somos nosotros quienes corremos riesgo.

Provino un silencio ultratumba que los puso a todos nerviosos. Irene vaciló y ante un repentino ataque de valentía; cruzó la cortina de hojas.

Irene soltó un grito ahogado. Damián la siguió y su reacción fue un tanto idéntica.

Ximena se apresuró a alcanzarlos, puso su ya cansado brazo en la cintura del chico.

―¿Estas bien, Hendrick?

―He tenido día mejores.

Ximena asintió con torpeza y cruzó con él abrazado. Sin embargo, casi lo suelta apenas estuvieron del otro lado.

Recibió la desilusión como cruel bofetada, su esperanza quedó zancada en un profundo abismo.

Depstor estaba destruido. Todo rastro de la felicidad que irradiaba aquel lugar había sido extirpado sin la mínima consideración.

Ver en esas condiciones un sitio dónde la felicidad era innata fue un espectáculo sumamente devastador y triste.

Irene vio caer todo su mundo hecho trizas a sus pies. El mundo de sus padres se había esfumado. Entonces cayó en cuenta de que todo había terminado.

Damián no tardó en darte cuenta de que todo había cambiado. Por otro lado, Hendrick de igual forma que su hermana, dio todo por concluido. Habían perdido. El recuerdo de sus padres había muerto.

Se había ido. La belleza incomparable de Depstor se había marchado, su inconfundible calidez se había marchitado. Los colores pintorescos habían sido radicalmente remplazados por opacos, las pequeñas casas eran ahora cimientos, recubiertas por hollín.

Hollín.

Había hollín por todas partes.

Irene no pudo contenerse, no avanzó más de dos metros cuándo cayó de rodillas sobre los cimientos.

Damián cojeó hasta una pared, el trozo más grande de pared que todavía se sostenía en pie, no era más alto que él. Tocó los restos de hollín y lo acercó a su nariz.

Ximena se acercó a él y tomó su otra mano en una clara muestra de apoyo.

―No huele a humo, ¿qué se supone que pasó? ¿Dónde están todos? ―se preguntó el chico, apenas consiente de la presencia de Ximena―. Debemos buscarlos, deben estar en alguna parte...

Hendrick, sentado en el suelo y con la cabeza en las rodillas, empezó a formular teorías en su cabeza.

―La mataré ―escuchó murmurar a su hermana. Levantó la cabeza para verla. La respiración de Irene se tornó rápida y profunda, su piel adquirió un toque pálido―. Fue su culpa, todos están... muertos por su culpa... La mataré.

Necesito irmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora