Pasadas las 10 de la noche, me encontré en la entrada del bar, saludando a cada uno de los invitados que iban llegando. Había pedido una celebración chica, algo íntimo y sin pretensiones, pero, claramente, la definición de "chico" de Nicolás y la mía eran notoriamente distintas.
El bar entero estaba reservado. Nico, en su afán de que "no nos molestaran" y de que hubiera algo de privacidad, había terminado creando el tipo de evento que yo había querido evitar: un número de invitados lejos de ser una celebración "chica". Pero, por alguna razón, no podía enfadarme. Había algo en la noche, en la idea de que todos estaban ahí por mí, que se sentía... bien.
—¡Ivo! ¡Feliz cumpleaños! —exclamó Goncho, apareciendo entre la multitud con una sonrisa enorme y una botella de algo que parecía muy caro y fuerte en la mano.
Lo saludé con un abrazo, mientras él me daba una palmada en la espalda y me susurraba en tono divertido:
—Bueno, che, para ser "chico", el Nico se pasó, ¿eh?
Sonreí y rodé los ojos, echando una mirada hacia el centro del bar, dónde Nicolás ya charlaba animadamente con alguno de los invitados.
—Sí, bueno... parece que su "chico" es más como un estreno de cine.
El evento continúo, no tenía pensado beber mucho, pero pasada la medianoche, el calor y el bullicio del bar se mezclaban con el efecto del alcohol, que ya me tenía en un estado de euforia y torpeza combinadas. Todo parecía brillar más de lo normal y, cada vez que hablaba con alguien, me daba cuenta de que mis palabras salían un poco más arrastradas de lo que pensaba.
Entre risas y saludos se amigos que venían y se iban, mi mirada recorría el bar, buscando a alguien en particular, Rodrigo. Recordé que no lo había visto en horas, y la leve incomodidad inicial pronto se convirtió en una especie de necesidad, un deseo que me costaba disimular. Cada vez que alguien se me acercaba a saludarme u ofrecerme otro trago, mi atención regresaba enseguida a buscarlo en el gentío, sin suerte.
Al final, el bar, que ya era bastante grande, me parecía aún mas vaso sin él cerca. La música, el ruido, las luces... todo seguía su curso, pero yo estaba distraído, inquieto.
Me pregunté si capaz se hubiera cansado o aburrido y se hubiera ido, aunque eso no me sonaba a él; Rodrigo no se iba sin despedirse, ¿no?
De repente, sentí una mano firme en mi brazo, guiándome entre la gente. Al girarme, lo ví por fin, que me miraba con una mezcla de ternura y preocupación.
—Vení, Ivo. Necesitas un toque de agua —dijo en voz baja, ayudándome a atravesar el bar hacia una pequeña sala privada en la parte de atrás.
Me dejé llevar, y cuando por fin estuvimos en la habitación silenciosa, Rodrigo me pasó un vaso de agua. Lo miré, un poco distraído, pero también incapaz de quitarle los ojos de encima.
—Tomalo —me insistió, casi como una orden, que en ese momento, me pareció lo más lindo del mundo.
Enseguida bebí el agua a sorbos, pero no pude aguantar antes de soltar lo que, en mi estado, parecía la confesión mas honesta que podía hacer.
—Me dejas decirte algo, Rodri? — murmuré, mirándolo directamente. Cuando asintió, continué —. Cuando estoy con vos... casi siempre siento algo raro en la panza. No sé, como un cosquilleo, ¿entendés?
Rodrigo me observó en silencio, con esa mirada paciente que solo él tenía. Yo, animado por la intimidad del momento y el alcohol que seguía recorriéndome, seguí hablando.
—Es... como si con vos todo fuera más fácil, desde el primer día. Más divertido... hasta cuando todo es un desastre, me hacés sentirme bien —confesé, dejando escapar una pequeña risa. Me acerqué más, sin saber muy bien lo que estaba diciendo— . No se, Rodri, es raro, pero... me gusta cómo me siento cuando estoy con vos.
Antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo, incliné mi rostro hacia el suyo y, sin decir nada, le robé un beso. Fue breve, pero lleno de todo lo que había querido decirle y no había dicho hasta entonces.
Rodrigo no se movió ni me alejó, pero sus ojos estaban entre confundidos y suaves cuando nuestras miradas se cruzaron después del beso. Me quedé ahí, en silencio, sin saber cómo reaccionaría. Aunque me mostraba tranquilo, sentía el corazón latiéndome a mil.
Antes de que pudiera pensar demasiado en lo que había hecho, vi cómo Rodrigo se quedaba inmóvil por un instante, mirándome con esos ojos profundos que nunca logré descifrar del todo. Mi corazón se aceleró, y él eco de lo que acababa de hacer resonaba en mi cabeza. Pero justo cuando estaba a punto de abrir la boca para disculparme o quizás decir cualquier otra cosa, él dio un paso hacia mí, inclinándose un poco más, y me respondió con un beso.
Este no fue como el que le robé yo, torpe y rápido. Rodrigo me besó con una seguridad tranquilla, un poco más intenso, pero sin prisa, cómo si quisiera transmitir todo lo que no podíamos decir en ese momento. Sus labios, firmes y seguros, parecían borrar cualquier tipo de duda o nerviosismo que pudiera quedarme, y, sin darme cuanta, terminé aferrándome a él, colocando una mano dentro de su camisa y la otra en su cuello, perdiéndome en el calor del momento. Cada segundo se sentía eterno y, al mismo tiempo, demasiado breve, mientras el murmullo de la fiesta afuera se iba desvaneciendo hasta desaparecer por completo.
Justo en ese momento, entendí que estaba exactamente donde quería estar.
Rodrigo en ningún momento se apartó ni titubeó; por el contrario, respondió a cada movimiento mío, con sus manos firmemente en mi cintura, acercándome más a él.
Cuando finalmente nos separamos, Rodrigo me sostuvo la mirada, aún pegándome a su cuerpo y manteniendo una sonrisa suave en sus labios.
—No sabía que... te animabas a tanto —murmuró, con un tono entre divertido y serio, como si estuviera intentando leerme a través de cada expresión.
—Y me animo a más todavía, ¿sabés? —murmuré, tropezando cada palabra que salía de mi boca.
Rodrigo dejó escapar una risa suave, sin apartar sus ojos de los míos, como si intentara decidir si hablaba en serio o si todo era parte de la borrachera.
—¿Ah, si? —replicó, con una ceja arqueada y una chispa de reto en la mirada—. Bueno, entonces, sorprendeme.
El desafío en su voz me arrancó una sonrisa, y por un momento, la música y el murmullo de la fiesta afuera desaparecieron. Me acerqué, aún con el impulso de ese atrevimiento, y me encontré con sus labios de nuevo, esta vez seguro de cada segundo.
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AJAJAJAJAJNQIDBQIDJQIDBWIQBDOQJSKS QUE EMCION
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Entre escenas y letras
RomanceIván Buhajeruk, un escritor que nunca quiso ser famoso, se ve obligado a fingir una relación con el actor Rodrigo Carrera para mantenerse en el ojo público tras el éxito de su última novela.