El sol me pegaba de lleno en la cara cuando desperté. Me costó abrir los ojos, y el leve zumbido en mi cabeza me recordó que había sido una noche de las que preferiría olvidar. Miré alrededor y me di cuenta de que no estaba solo. Ahí, sentado en el sillón junto a la ventana, estaba Nico, con una expresión que claramente decía: "¿Qué mierda hiciste anoche, Iván?"
Me senté lentamente, intentando que mi cabeza no explotara de dolor. Miré el reloj. Eran las 2 de la tarde. Había dormido casi todo el día, y la sensación de estar tan desorientado me golpeó con fuerza. ¿Qué había pasado la noche anterior? ¿Cómo había terminado tan tarde en mi departamento?
Un flash me atravesó la mente: la música, Goncho, la bebida, y después... la llamada. Mi corazón se aceleró al instante. Recordé que había llamado a Rodrigo. Y lo peor... lo que le había dicho. Mi estómago se retorció al instante.
—No puedo creer que haya hecho eso... —murmuré, llevándome la mano a la frente, sintiendo la vergüenza asomando de nuevo.
Nico, con esa típica sonrisa sarcástica en su rostro, me observaba desde el sillón, como si estuviera esperando que algo así sucediera. Sabía que él había estado ahí, como siempre, con sus ojos atentos y su aire de superioridad. Probablemente había presenciado el desastre, o al menos había oído mi llamada, lo que hacía que mi nivel de incomodidad subiera aún más.
—Te escuche... anoche —dijo Nico, y su tono tenía ese toque de diversión que sabía que siempre me ponía nervioso—. Eu, Ivo, si eso era un intento de cojertelo, creo que fallaste... O fue una táctica nueva de chamuyo. No sé si estoy impresionado o preocupado por ti.
Tragué saliva, incapaz de devolverle la mirada. Me sentía como un idiota total. Recordaba cada palabra torpe, cada risa estúpida, cada parte de la conversación como si fuera un sueño ajeno que no quería haber tenido.
—No, no... —respondí, ahogando una risa nerviosa. —No fue... No tenía ni idea de lo que decía. Estaba borracho.
Nico se encogió de hombros, su tono aún juguetón, pero más serio de lo que parecía.
—Bueno, por lo menos lo llamaste, eso ya es un paso. Y parece que a Rodrigo le cayó bien, ¿no?
No podía responder. ¿Rodrigo? ¿Le había caído bien? No podía creerlo. Lo único que recordaba era el momento de colgar y sentir como si el mundo se hubiera desmoronado a mi alrededor. ¿Cómo había podido decir algo tan ridículo? Me avergonzaba solo de pensarlo.
—No sé qué estaba pensando... —musité, rascándome la cabeza. —En serio, Nico, tengo que llamar a Rodrigo y disculparme. No me acuerdo del todo que mierda le dije.
—Me parece que ya lo hiciste... —dijo, levantándose finalmente y dirigiéndose hacia la puerta. —Así que, vas a tener que enfrentarlo de alguna manera. Pero... tranquilo, no fue tan desastrozo. No me lo pareció, al menos no tanto como a vos.
Me tiré de nuevo en el sofá, sintiéndome aún más avergonzado, mientras Nico salía de la habitación. La idea de la llamada seguía retumbando en mi cabeza, como un eco que no quería desaparecer. ¿Cómo había dejado que el alcohol me controlara tanto? Lo peor de todo era que no había manera de volver atrás. Tendría que enfrentar lo que fuera que Rodrigo pensara de mí... y esperaba que, de alguna forma, él también lo encontrara... tierno. Aunque yo, sinceramente, no estaba tan seguro.
Gonzalo se quedó a dormir en mi departamento esa noche. Después de la llamada a Rodrigo, me sentía demasiado avergonzado para irme a la cama, así que nos quedamos conversando un rato más, aunque no de manera muy coherente. Goncho, como siempre, tenía esa energía que parecía inagotable, y entre risas y bromas sobre lo que había sucedido, me intentaba hacer olvidar el desastre de la llamada.
Pasaron las horas, y la noche fue cayendo lentamente. La luz del sol ya no entraba por la ventana, y la ciudad que se escuchaba a lo lejos me parecía más tranquila. Decidí preparar algo de cenar, no con mucho entusiasmo, más bien por la necesidad de mantenerme ocupado, de intentar que mi cabeza no explotara. Goncho se sentó en la mesa, aún jugando con su teléfono mientras yo me dedicaba a cocinar algo rápido, lo suficiente como para llenar el estómago y evitar que la resaca se apoderara de mí.
Mientras comíamos, no podía dejar de pensar en Rodrigo. La llamada, mis palabras torpes, la vergüenza que sentía. Sentía como si toda la conversación estuviera grabada en mi cabeza, como una película de la cual no podía escapar.
—Estaría bueno que lo llames , ¿no? —dijo Goncho de repente, mirando su plato y luego levantando la vista hacia mí, con una sonrisa que ya sabía lo que significaba.
No respondí de inmediato. Pero en cuanto lo pensé, sentí que no tenía otra opción. Tenía que hacer algo. El remordimiento me estaba comiendo vivo. No quería que Rodrigo pensara que estaba tan fuera de lugar. Me sentía estúpido y lo sabía.
—Sí, ya sé —respondí, suspirando. —Lo que pasa es que... no sé ni qué le dije. No sé ni si quiero recordarlo.
Goncho se echó a reír, sin maldad, pero entendía lo que estaba sintiendo.
—Loco, basta, tranquilízate. No creo que Rodrigo "te odie" por esto. Capaz lo encuentre... gracioso, o algo de eso. Pero lo importante es que lo intentes, que te disculpes y ya está.
Me quedé en silencio por un rato, sintiendo como si la idea de enfrentar la situación se estuviera convirtiendo en una bola de nieve cada vez más grande. Pero finalmente, después de un par de bocados más y algo de silencio incómodo, me decidí. No podía dejar pasar más tiempo. Tenía que hacerlo ahora.
Tomé el teléfono, buscando el número de Rodrigo en la lista de contactos. Me volví hacia Goncho, que seguía observando con interés, sonriendo de manera cómplice.
—Voy... —le dije, aunque no estaba muy seguro de si lo decía para mí o para él.
Apoyé el teléfono en el vaso de agua que tenía en frente, cuanto la videollamada se conectó, el sonido fue como un martillo golpeando mi cabeza. En unos segundos, la imagen de Rodrigo apareció en la pantalla. Su rostro estaba iluminado por la luz suave de la habitación, y su expresión era tranquila. Por un segundo, todo lo que había planeado decir se me fue de la cabeza. Solo podía pensar en cómo se veía él, y cómo me vería yo.
—¿Iván? —dijo Rodrigo, con una ligera sonrisa, como si no hubiera pasado nada raro. No había señales de que se hubiera molestado por la llamada.
Me senté derecho, respiré hondo y, con la voz un poco temblorosa, comencé.
—Rodrigo, hola... eu, quiero disculparme. Lo de anoche, la llamada... Fue una estupidez. Estaba borracho y no sabía ni lo que decía. Fue... embarazoso, en serio.
Rodrigo se quedó en silencio por un momento, observándome con esa mirada calmada y relajada que siempre tenía. No parecía molesto. Al contrario, había algo en su expresión que me dio un leve alivio.
—No te preocupes, Iván. Fue un poco... sorpresivo, pero no te preocupes por eso. —respondió con una sonrisa. —Incluso, creo que fue... tierno. Aunque no sé si era lo que esperabas, pero me hizo sonreír.
En ese momento, la vergüenza se instaló de nuevo en mi pecho. No sabía si era un alivio o si me sentía más avergonzado que antes. Goncho, a mi lado, no pudo evitar reírse en voz baja, y aunque traté de ignorarlo, la risa de Rodrigo en el otro lado de la llamada también era un indicio de que todo había sido menos horrible de lo que me imaginaba.
—Te juro que... no era mi intención. No sé qué se me cruzó por la cabeza —dije, sintiéndome todavía torpe.
Rodrigo solo se rió un poco más, moviendo la cabeza como si estuviera entendiendo de sobra mi situación.
—No te preocupes, Iván. A veces los mejores momentos vienen cuando menos te lo esperas. —dijo, con una sonrisa suave.
Ambos nos reímos un poco, y de alguna manera sentí que la carga se había aligerado. Aunque no podía borrar lo que había hecho, al menos parecía que Rodrigo no lo tomaba tan mal como yo temía.
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Entre escenas y letras
RomanceIván Buhajeruk, un escritor que nunca quiso ser famoso, se ve obligado a fingir una relación con el actor Rodrigo Carrera para mantenerse en el ojo público tras el éxito de su última novela. [Terminada]