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La luz de la mañana se colocaba suavemente por la ventana cuando abrí los ojos. Todavía medio dormido, me giré hacia el lado contrario del sofá, y ahí lo vi: Rodrigo estaba de pie, a pocos pasos de mí, poniéndose una remera. Me quedé quieto, mirándolo sin que él se diera cuenta. Movía los brazos con esa despreocupación suya mientras acomodaba el cuello de la remera, y noté que su cabello, aunque todavía algo despeinado, le daba un aire de cercanía que nunca había visto en nuestras apariciones públicas. En ese momento no era "Rodrigo Carrera, el actor", sino simplemente él, en su espacio.

Lo seguí con la mirada mientras se dirigía a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Me quedé un rato más ahí, recostado en el sofá, disfrutando del sonido de sus movimientos, el aroma suave del café que empezaba a llenar el departamento. Parecía un momento casual, uno de esos que pasan sin más, pero para mí se sentía distinto, como si fuera un vistazo a una versión de Rodri a los que pocos tenían accedo. Sentí un calor reconfortante que no esperaba.

Finalmente, me levanté y caminé hacia la cocina, aún en silencio. Me quedé en el marco de la puerta, observándolo mientras él seguía sin verme, concentrado en su pequeña rutina de la mañana. Fue entonces cuando algo en mi cabeza hizo "click". Me imaginé lo que sería despertar a su lado todos los días, ver esos mismos gestos cada mañana, sentir esa paz que él parecía irradiar sin esfuerzo. La idea me tomó por sorpresa, pero no pude evitar sonreír al pensar en lo sencillo que todo parecía a su lado, incluso en esos momentos más comunes.

—¿Vas a quedarte ahí mirándome todo el día? —dijo de repente, sin volverse, con esa sonrisa que ya empezaba a conocer bien.

Me reí y caminé hacia él, disimulando la extraña mezcla de sentimientos que me estaba dejando la mañana.

Acepté la taza de café que me ofrecía. Nos miramos en silencio, y por un momento, solo por un momento, no hicieron falta más palabras.

Rodrigo me miró con una leve sonrisa mientras dejaba una taza de café humeante frente a mi.

—Entonces, ¿cómo pasaste la noche? —preguntó con naturalidad que no sé si me sorprendió o me desarmó.

Sonreí, llevándome la taza a los labios. —No está mal tu sofá —dije, intentando sonar despreocupado, pero noté que, en el fondo, sus palabras me habían dejado algo más inquieto de lo que esperaba.

Él se apoyó en la mesada, mirándome fijamente, como si buscara algo en mi respuesta.

—Bueno, capaz la próxima es en la cama, ¿no?—soltó, con una sonrisa entre divertida y provocadora, pero con la misma chispa en los ojos que empezaba a reconocer como su forma de desafiarme.

Reí suavemente, sintiendo un cosquilleo en el estómago y que el ambiente entre nosotros se cargaba de algo que hasta entonces habíamos mantenido al margen, como si esa intimidad que habíamos compartido sin querer se sintiera más real de lo que esperaba.

—Voy a considerar la oferta —respondí, intentando sostenerle la mirada. Pero, en el fondo, me sentía sorprendido de lo mucho que me hacía sentir esa simple idea.

Mientras tomaba un sorbo de café, Rodrigo pareció dudar un instante, como si se estuviera debatiendo en silencio antes de hablar.

—Che, más tarde tengo que ir a una grabación de un par de horas. Es solo una escena pendiente de una peli —dijo, con un tono despreocupado, pero noté un brillo en sus ojos—. ¿Te gustaría acompañarme?

Lo miré, un poco sorprendido por la invitación. No era la primera vez que me invitaba a uno de sus proyectos, pero esta vez se sentía distinto. Quizás porque habíamos compartido algo más cercano en estas últimas horas, o porque esa chispa en su mirada parecía esconder algo más.

—¿Seguro? No quiero interrumpir ni nada —le dije, aunque la idea de verlo trabajar me intrigaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Rodrigo me dedicó una sonrisa cómplice, encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Bah, no molestás. Además, no quiero que te aburras solo en casa.

Reí suavemente, rendido a la idea.

—Está bien, me convenciste.

Rodrigo sonrío, satisfecho, y, sin decir nada más, seguimos disfrutando del desayuno, aunque esa incitación inesperada me había dejado un extraño y agradable cosquilleo que no desaparecía.

Después de terminar de desayunar y recoger un par de cosas, Rodrigo y yo bajamos al estacionamiento. Me apoyé contra el auto mientras él buscaba las llaves en el bolsillo, y en cuanto las encontró, subimos y nos acomodamos. Rodrigo encendió el motor, y pronto estábamos en camino. El suave sonido del motor llenando el silencio entre nosotros.

El aire de la mañana era fresco y el sol apenas comenzaba a asomarse detrás de los edificios, iluminando las calles mientras avanzábamos. Me acomodé en el asiento, disfrutando del ambiente relajado, hasta que el sonido del teléfono de Rodrigo interrumpió la calma.

Rodrigo echó una rápida mirada al teléfono, que vibraba en el tablero, y luego me miró de reojo.

—¿Podés atender? —me pidió, con una mano en el volante y la otra ajustando el retrovisor —, es Germán.

Asentí, alcanzando el teléfono. Contesté la llamada y escuché a Germán del otro lado, sin esperarse que fuera yo quien respondiera.

—¿Rodrigo?

—Soy Iván —le respondí, manteniendo la voz tranquila—. Rodrigo está manejando, me pidió que atendiera.

Hubo un breve silencio, seguido de un suspiro de alivio.

—Ah, Iván. Bueno, en realidad, lo llamaba para ver si piensa llegar hoy a la grabación. Está tarde.

Lo miré a Rodrigo que ya se estaba conteniendo la risa, y asentí como si Germán pudiera verme.

—No te preocupes, Germán, estamos en camino —le aseguré, dándole la respuesta que quería.

Escuché un suspiro de alivio antes de despedirse rápidamente y colgar.

—Germán no es muy fan de tus retrasos, parece  —comenté, guardando el teléfono y lanzándole una mirada divertida.

Rodrigo se encogió de hombros, sin borrar la sonrisa. —Nunca lo fue, ¿qué te puedo decir?

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VA LENTA LA COSA PERO ESPEREN QUE VALE LA PENA....

Entre escenas y letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora