Prologo

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-¿Estás bien? -dijo con voz suave mi mejor amiga

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-¿Estás bien? -dijo con voz suave mi mejor amiga.

Clara, rompió el hechizo de mis pensamientos. Ella estaba a mi lado, sosteniéndome de la mano con un agarre firme, como si intentara transmitirme su fuerza.

-No, -respondí con sinceridad, sintiendo cómo el dolor se manifestaba en cada palabra. -No estoy bien. Estoy destrozado. La amo, y... ver esto... ver cómo ella se casa con alguien más... es demasiado.

Clara me miró con compasión.

-Es normal sentirse así. A veces, amar significa dejar ir, aunque duele más que cualquier otra cosa. ¿Te acuerdas de lo que dijiste una vez? Dejar ir no es darse por vencido, sino aceptar lo que no puede ser.

Suspiré, buscando consuelo en su sabiduría.

-Sí, lo sé. Pero aceptar esto... ver su felicidad, mientras mi corazón se rompe en mil pedazos... es como una tortura lenta.

-Ella merece ser feliz, -me recordó Clara suavemente. -Y tú también. Aunque ahora no lo sientas así, con el tiempo, esto te llevará a un lugar mejor.

Su cabello brillaba como hilos de oro al sol, y su risa, resonante y pura, era un eco de recuerdos que ahora parecían lejanos. Fue entonces cuando las lágrimas comenzaron a brotar, rodando por mis mejillas sin que pudiera detenerlas.

Cada gota era un recordatorio del amor que una vez compartimos y de las promesas que se desvanecieron con el tiempo.

Mientras mis pensamientos se entrelazaban con la realidad de su felicidad, volví a aquel día en que nos conocimos. Recuerdo la primera vez que la vi, sentada en un banco del parque, con un libro en las manos y una sonrisa que iluminaba el mundo a su alrededor.

Me acerqué tímidamente, incapaz de resistir la curiosidad que emanaba de su ser. La forma en que levantó la vista, sorprendida, y cómo sus ojos se encontraron con los míos, fue como un destello de luz en mi vida.

-Sé que te hice daño, -susurré mientras la veía caminar. -Lo hice en más de una ocasión. Pero cambié por ti... demasiado tarde.

La tristeza me envolvía como una nube oscura, pero también me impulsaba a recordar que ese amor, aunque doloroso, fue genuino. Me prometí a mí mismo que, a pesar del sufrimiento, debía dejarla ir, aceptar lo que no podía ser.

Amores que aprenden a soltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora