Cuando vi el sobre en mi mesa, lo reconocí al instante. El diseño era sencillo, elegante, el tipo de invitación que reflejaba su estilo, tan delicado como siempre había sido.
Mi nombre estaba escrito con esa caligrafía que había llegado a reconocer perfectamente. No lo dudé ni un segundo, era de Keili.
El sobre descansaba frente a mí, como una prueba silenciosa de lo lejos que habíamos llegado, de lo mucho que había cambiado el tiempo, de cómo las cosas habían seguido su curso a pesar de lo que ambos habíamos vivido.
Mi corazón dio un vuelco al pensar en el contenido. No era solo una invitación; era el anuncio de que su vida seguía, de que había encontrado a alguien más, de que su historia, nuestra historia, había llegado a su fin.
Estuve sentado allí, mirando el sobre, durante lo que me pareció una eternidad. La tentación de no abrirlo, de dejarlo sin tocar, estaba ahí, fuerte, como si ignorar la invitación pudiera hacer desaparecer el peso de la culpa y la tristeza que me invadían.
Pero luego, me vino a la mente aquella promesa que le hice: "Estaré allí, el día más feliz de tu vida, sin importar lo que pase."
Era una promesa que había hecho con el corazón lleno de sinceridad, en un momento en que la vida nos había mostrado lo que realmente importaba.
Sabía que no podía romperla, aunque el dolor en mi pecho fuera casi insoportable. Había tomado el camino equivocado muchas veces, había cometido errores que no se podían borrar, pero esa promesa era algo que todavía podía cumplir.
Con manos temblorosas, rompí el sobre y saqué la invitación. Las palabras escritas allí me golpearon, no por lo que decían, sino por lo que significaban.
"Te esperamos." Y eso, en ese momento, fue suficiente para recordarme a la Keili que conocí, a la Keili que amé, y a la que siempre tendría en mi corazón, aunque nuestra historia no fuera la que esperaba.
Tomé un bolígrafo y, sin pensarlo mucho, escribí una breve respuesta: "Allí estaré." Sin adornos, sin explicaciones, solo esas cuatro palabras.
Cuando la nota estuvo lista, la dejé en el sobre y la sellé. No sabía qué esperar de ese día. No sabía cómo me sentiría al verla, ni qué haría cuando la viera vestida con ese vestido blanco, brillando junto a alguien más, alguien que no era yo.
Pero algo en mí, algo más profundo, me decía que debía estar allí, que debía respetar ese momento en su vida, a pesar del dolor que causaba.
La vida me había dado una oportunidad de crecer, de aprender, y ahora, aunque el amor que sentía por Keili nunca desaparecería, había aprendido a darle el espacio que necesitaba.
Yo ya no era la misma persona que había cometido esos errores, pero mi pasado seguía vivo dentro de mí. Y por ella, por la persona que siempre sería, por la promesa que aún valía, iría a su boda.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...