La verdad es que desde aquel beso, desde el momento en que Sofía me abrazó mientras lloraba, supe que estaba haciendo algo peligroso, algo que podría cambiarlo todo.
Pero, en el fondo, ¿qué importaba ya? Después de lo que había pasado con Keili, con Enzo... ¿qué sentido tenía mantenerme al margen?
Solo quería vengarme, hacerla sentir un poco de lo que yo había sentido, del dolor y la traición que se habían vuelto mi constante.
Al principio, me convencí de que solo era una salida, una forma de canalizar la rabia que llevaba dentro. Sofía aparecía en el momento exacto, siempre lista para escucharme, para consolarme.
Me hacía olvidar, aunque fuera por un rato, el vacío que sentía cuando pensaba en Keili. Ella no me juzgaba, no hacía preguntas, solo estaba ahí, como un refugio en medio de mi tormenta.
Había algo en todo esto que me daba una satisfacción fría, casi insensible. Cada vez que me veía con Sofía, sentía que le estaba regresando a Keili un poco de su propio veneno, como si al hacerlo lograra equilibrar el peso de todo lo que me había hecho pasar.
¿Había amor en todo esto? No lo sabía, pero en realidad ya no me importaba.
Una noche, mientras Sofía y yo estábamos juntos, me di cuenta de que mis pensamientos aún giraban en torno a Keili.
A pesar de la venganza, a pesar de los intentos de olvidarla, seguía allí, clavada en lo más profundo de mi ser, como una espina que no podía arrancar.
Quizás la venganza no era más que un consuelo temporal, una forma de tapar las heridas que aún sangraban.
Sabía que estaba jugando con fuego, pero me dejé consumir, porque el dolor y la rabia me parecían un castigo merecido, algo que me mantenía cerca de ella, aunque fuera de la peor forma posible.
Me di cuenta de que algo en mí había cambiado; ya no era el mismo. Con cada encuentro con Sofía, con cada mentira bien calculada, me fui endureciendo.
Poco a poco, me convertí en alguien que apenas reconocía, alguien frío, alguien capaz de ver sufrir a Keili y no sentir ni una pizca de culpa.
Me gustaba esa nueva versión de mí, esa que sabía jugar y manipular, esa que podía devolverle a Keili cada puñalada que me había dado.
Empecé a disfrutar viéndola quebrarse, cómo su mirada buscaba respuestas y yo solo le daba silencios, miradas vacías, o, peor aún, una sonrisa que no significaba nada.
Cuando Keili me preguntaba directamente sobre Sofía, la calma en mi voz le hacía creer que yo seguía siendo el mismo, que aún la amaba como antes, como si nada hubiera cambiado.
Decía que no había nada entre Sofía y yo, que ella estaba exagerando, y que no entendía por qué desconfiaba tanto.
Mientras me hacía la víctima, observaba cómo el dolor y la culpa se mezclaban en su expresión.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...