Apenas había pasado un día desde que volví a ver a Dylan, y aunque él me aceptó de nuevo, sentía un nudo constante en el pecho.
Sabía que mi desaparición había dejado una marca en él. Ver cómo me miraba con dolor contenido, su esfuerzo por entenderme, y su disposición a seguir adelante, todo eso me hacía sentir la culpa con más intensidad.
Mientras caminábamos juntos, notaba detalles que antes había pasado por alto. Sus expresiones, su manera de escucharme, y los pequeños cambios en su comportamiento me revelaban cuánto esfuerzo estaba haciendo por nosotros.
Cambios que tal vez no eran naturales para él, pero que hacía con dedicación, por mí. Saber eso me llenaba de ternura y a la vez de un peso difícil de soportar.
Esa noche, cuando él me dejó en casa, me quedé sola en mi habitación, reflexionando sobre todo lo que había pasado y las huellas que había dejado.
Me senté frente a mi ventana, mirando el cielo oscuro, y traté de entender por qué, en lugar de hablar con él, me había alejado sin explicaciones. Quizá era mi manera de protegerme, de lidiar con mis propios miedos, pero al hacerlo, también lo había herido.
El recuerdo de cómo me miró al reencontrarnos seguía resonando en mi mente. Su expresión era de aceptación, sí, pero también de cierto dolor, como si se hubiese preparado para perderme, aunque no quisiera admitirlo.
Pensar en eso me hizo comprender cuán valiente había sido al darme otra oportunidad, al extenderme la mano cuando todo en él podría haber preferido retirarse.
Decidí que debía hacer algo, encontrar la manera de demostrarle cuánto significaba para mí, y que sus esfuerzos no eran en vano.
Quería que supiera que estaba comprometida, que estaba dispuesta a enfrentar mis propios miedos y a hacer mi parte para que esto funcionara. No podía cambiar lo que había pasado, pero sí podía hacerle saber que estaba dispuesta a aprender, a mejorar.
Aquella noche, sentada en la oscuridad de mi cuarto, escribí una carta. No era muy larga, pero en ella traté de expresar lo que sentía, lo que realmente significaba para mí.
Cada palabra llevaba un pedazo de mí, una promesa de no volver a fallarle de esa manera.
Dylan, quiero que sepas que aunque a veces me pierda en mis propios pensamientos y temores, tú eres mi ancla. Eres quien me hace querer ser mejor, y cada sacrificio que haces por nosotros lo valoro más de lo que te imaginas. Estoy aquí, realmente aquí, y prometo hacer lo posible para que nunca más dudes de eso. Gracias por tu paciencia y por tu amor, que son lo más hermoso que tengo.
Al día siguiente, le entregué la carta. No dije nada; simplemente la puse en sus manos y esperé. Él me miró, confundido al principio, pero al ver la sinceridad en mis ojos, sonrió con esa calidez que siempre me hacía sentir en casa.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...