El murmullo de las hojas al ser mecidas por el viento se mezclaba con el suave crujir de la hierba bajo mis pies mientras caminaba por el parque. Era un día soleado, pero el calor no lograba borrar la sombra que se había instalado en mi mente.
Cada paso que daba era un intento de ahogar las voces que a menudo me consumían, murmullos de inseguridades y recuerdos que no podía dejar atrás.
Aquel chico, el que había conocido la última vez, seguía apareciendo en mis pensamientos como un destello fugaz. Ni siquiera sabía su nombre, pero su sonrisa se había grabado en mi memoria de una manera que no esperaba.
Había algo en su forma de mirar, en la manera en que parecía interesado en escucharme, que me había hecho sentir viva.
Sin embargo, la incertidumbre de no volver a verlo me acompañaba. ¿Por qué me preocupaba tanto? ¿Por qué la breve interacción que tuvimos resonaba en mí?
Aun así, decidí venir al parque. Era mi refugio, un lugar donde podía desconectarme del ruido de mi mente.
Saqué un libro de mi mochila, uno que había leído mil veces, y empecé a caminar, dejando que las palabras fluyeran como una corriente de agua.
Me senté en una banca, tratando de concentrarme en la historia en lugar de en mis pensamientos.
Sin embargo, cada vez que mis ojos se deslizaban sobre las palabras, mi mente se desviaba.
Pensaba en él: el chico de la chaqueta azul, con una mirada profunda y sincera.
Había algo tan real en nuestra breve conversación, algo que desafiaba las dudas que habitaban en mí.
"¿Volverá?" me pregunté en voz baja, sorprendida de que esas palabras hubieran salido de mis labios. ¿Por qué deseaba que lo hiciera?
A medida que pasaba el tiempo, me perdí en la historia del libro, pero mi corazón seguía inquieto.
Era como si esperara que el destino tuviera algo planeado para mí.
Las hojas crujían bajo el peso del viento, y cada sonido parecía amplificar mi curiosidad por el chico que había cruzado mi camino.
A lo lejos, un grupo de niños reía y jugaba, y por un instante, permití que su risa me envolviera.
Quería sentir alegría sin reservas, sin las cadenas que ataban mis pensamientos.
Cerré los ojos, respiré profundamente y dejé que el aroma de la hierba fresca me llenara.
Todo se sentía más ligero en ese momento, como si la tristeza que me acompañaba estuviera disolviéndose.
Pero, a pesar de mis intentos de dejarlo ir, el chico seguía presente en mi mente.
Era extraño pensar que alguien que apenas conocía pudiera tener un impacto tan profundo en mí.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...