Esa noche apenas había dormido. Mis pensamientos parecían tener vida propia, atacándome en la oscuridad de mi habitación.
Por más que intentaba acallarlos, volvían, uno tras otro, desordenados y persistentes, como una tormenta que no cesaba. A veces me preguntaba si algún día lograría encontrar paz en mi propia mente.
Al amanecer, decidí ir al parque. Siempre había sido mi refugio, el único lugar donde, al menos por un rato, podía desconectar y perderme entre los árboles, los pájaros y el murmullo de las hojas.
Tomé mi libro favorito y me fui, esperando que la calma de la mañana me diera algo de alivio. Caminé sin rumbo fijo, dejándome llevar por el silencio, pero mi mente seguía en su propio caos, así que me sumergí en las páginas para tratar de apagar las voces en mi cabeza.
Justo cuando estaba absorta, sentí un impacto leve y tropecé hacia adelante. Levanté la vista y allí estaba él, con su sonrisa suave y esa mirada atenta que parecía siempre buscar algo en mí.
Me sostuvo por los hombros, ayudándome a recuperar el equilibrio, y se quedó mirándome, como si algo en mi rostro le hubiera dado una pista de lo que sentía.
—¿Estás bien? —Su voz sonó con una mezcla de preocupación y curiosidad.
Sabía que había notado algo en mí, pero no estaba lista para compartirlo. No quería que me viera vulnerable, al menos no tan pronto.
—Sí, estoy bien, —respondí, esbozando una sonrisa que esperaba que pareciera convincente.
Evité su mirada y me concentré en el libro entre mis manos, buscando distraerme de lo que pasaba por mi mente. Pero él no parecía satisfecho con mi respuesta.
—¿Segura? Te veo... diferente, —insistió, su voz baja y cuidadosa.
No quería profundizar en la conversación, así que, sin pensarlo mucho, decidí cambiar de tema.
—¿Qué te parece si vamos al museo algún día de estos? —dije con un tono ligero, esperando que eso desviara su atención.
Él levantó una ceja, sorprendido pero interesado.
—¿Al museo? Claro, suena bien, respondió, y en su rostro se dibujó una sonrisa cálida. —¿Ya tienes uno en mente?
Asentí, agradecida de que hubiera seguido el cambio de tema sin más preguntas.
—Sí, hay una exposición nueva de la que he escuchado hablar. Quizás podamos ir este fin de semana, —sugerí, tratando de sonar casual.
—Perfecto. Ya me tienes intrigado, —dijo con un guiño, y pude ver cómo en su expresión había algo más, una especie de expectativa que me hacía sentir un pequeño nerviosismo.
Pasamos el resto de la mañana juntos, caminando y hablando de cosas triviales. A veces él intentaba retomar el tema de lo que había visto en mi rostro al principio, pero yo lo esquivaba con naturalidad, sin dejar que viera demasiado.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...