Las discusiones se habían vuelto nuestra rutina. Días, noches, no había diferencia; siempre encontrábamos algo que nos hiciera explotar, como si hubiéramos olvidado cómo hablarnos sin herirnos.
Recuerdo esa última discusión. La forma en que las palabras salieron de mí, llenas de rabia, confusión y miedo. No eran palabras pensadas, eran impulsos.
Las soltaba sin medir el daño que podían causar. Y él, Dylan, no se quedaba atrás. Cada frase que lanzaba parecía una daga, aunque no siempre era su intención.
"¿Por qué siempre haces esto, Keili? ¿Por qué me haces sentir que no soy suficiente?"
Su voz resonaba en mi cabeza, incluso después de que la conversación había terminado. Me quedaba mirando al techo, con la mente corriendo en círculos.
Lo peor era que sabía que no era su culpa, pero tampoco podía evitar sentirme sofocada. Era como si ambos estuviéramos atrapados en una espiral que solo nos llevaba más y más abajo.
A veces me encontraba pensando en cómo habíamos llegado a este punto. Recordaba los días en que todo parecía tan sencillo, cuando una sonrisa suya bastaba para hacerme olvidar cualquier problema.
Pero ahora, esas sonrisas estaban cubiertas por una capa de resentimiento, de heridas mal curadas que ambos nos habíamos infligido.
Las discusiones siempre comenzaban de la misma manera: con algo pequeño. Una palabra mal dicha, un tono equivocado, y de ahí escalaban hasta convertirse en una tormenta que no sabíamos cómo detener.
"No puedes seguir actuando como si todo girara alrededor de ti, Keili. Estoy aquí, pero parece que no lo notas."
Esa frase en particular me dolió más de lo que esperaba, porque en el fondo sabía que tenía algo de verdad. Estaba tan perdida en mis propios sentimientos, en mis propios conflictos, que a veces lo dejaba de lado sin querer.
Pero escucharlo de él me hacía sentir como la peor persona del mundo.
Al mismo tiempo, no podía ignorar lo que sentía. Había noches en las que me encerraba en mi cuarto después de discutir con él y me preguntaba si realmente estábamos hechos para estar juntos.
Pero al día siguiente, cuando lo veía, todo cambiaba. Una parte de mí seguía creyendo en nosotros, aunque las peleas nos estuvieran desgastando.
Esa noche en particular fue especialmente dura. Habíamos discutido durante horas, hasta que las palabras dejaron de tener sentido.
Era como si estuviéramos hablando idiomas diferentes, incapaces de entendernos. Cuando finalmente colgué el teléfono, me quedé sentada en la cama, sintiéndome vacía.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...