La promesa de la playa aún flotaba en el aire, y no pasaron muchos días antes de que ambos regresáramos a ese lugar que ya se sentía como nuestro refugio.La noche que compartimos ahí había sido diferente a cualquier otra cosa que hubiera sentido; y lo que sentía por ella solo crecía, incluso cuando lo que compartíamos era todavía un misterio.
Había notado que cada vez que nos encontrábamos, llevaba un libro en sus manos. Parecía su refugio, como si al leer se aislara de todo, y yo podía entenderlo. Así que ese día, llegué con una copia del mismo libro en mis manos.
No le había dicho que lo había comprado, pero algo en mi interior sentía que era el detalle perfecto para estar cerca de ella de una forma especial.
Cuando llegué a la playa, ella ya estaba ahí, descalza sobre la arena, mirando el horizonte. La brisa jugaba con su cabello, y en su rostro había una expresión tranquila, casi como si estuviera esperándome.
—¿Otra vez por aquí? —le dije, tratando de sonar casual mientras levantaba el libro en mi mano.
Al ver lo que traía, sus ojos se iluminaron, y una sonrisa apareció en su rostro. Parecía sorprendida, pero al mismo tiempo, había algo en su mirada que mostraba que tal vez había estado esperando exactamente eso.
—¿Así que te decidiste a leerlo? —preguntó, cruzándose de brazos mientras me miraba con una ceja levantada, como si quisiera retarme.
—Me decidí a intentarlo, pero solo si leemos juntos.
Se río, y la risa suave que escapó de sus labios me hizo sentir que estaba en el lugar correcto. Nos sentamos juntos en la arena, y con las primeras palabras que leímos en voz baja, el mundo pareció desvanecerse.
Nos turnábamos para leer en voz alta, compartiendo pequeños comentarios y risas en cada pausa, como si estuviéramos descifrando juntos los secretos que contenía cada página. Era un momento tan sencillo, pero se sentía como algo grande, algo único.
Cada palabra, cada línea, parecía cobrar vida en su voz. Observaba cómo sus ojos brillaban al leer, cómo sus labios se movían con suavidad al dar vida a las palabras.
Nunca pensé que leer pudiera sentirse tan especial, pero ella lograba hacer que ese instante fuera mágico.
Cuando terminamos un capítulo, el silencio se instaló entre nosotros, pero esta vez no era incómodo.
Ambos estábamos recostados sobre la arena, mirándonos sin decir nada, hasta que finalmente, ella tomó la iniciativa.
—¿No crees que ya es hora de que sepamos cómo nos llamamos? —dijo, con un tono casi travieso.
Me reí, y por un momento casi dudé en responder, como si conocer su nombre le quitara algo al misterio que la rodeaba. Pero en ese momento, me di cuenta de que ya estaba listo para dar ese paso, aunque pareciera una cosa pequeña.
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Amores que aprenden a soltar
RomanceEn un día que debería ser el más feliz de su vida, él la observa caminar hacia el altar, y su corazón se quiebra al darse cuenta de que no es el hombre que la acompaña. Durante seis años, compartieron risas, sueños y momentos inolvidables, pero la r...