Capitulo 17: Mentiras que matan.

6 0 0
                                    

Todo había cambiado en un instante

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todo había cambiado en un instante. Me enteré de lo que tanto temía, aquello que me había negado a aceptar cada vez que las dudas me invadían. 

Keili seguía viendo a Enzo, incluso después de todo lo que habíamos pasado juntos, después de todo lo que había hecho por ella, por nosotros.

No sabía cómo reaccionar. La noticia me dejó vacío, como si alguien hubiera arrancado de golpe todo lo que tenía dentro y solo quedaran las ruinas. 

Caminé sin rumbo por el campus, perdido en mis pensamientos, con la tristeza y la rabia haciéndose un nudo en mi pecho, ahogándome. 

La imagen de Keili y Enzo juntos se repetía en mi cabeza una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar.

Las lágrimas comenzaron a brotar sin control, y no me importó quién pudiera verme. Me sentía vulnerable, destrozado. 

En ese momento, escuché una voz suave llamándome por mi nombre. Era Sofía. Cuando levanté la mirada y ella vio mis ojos rojos e hinchados, sin decir una palabra más, me rodeó con sus brazos y me abrazó fuerte. 

No pude resistirme; me aferré a ella como si fuera el único ancla en medio de mi tormenta.

—Dylan, no mereces esto —me dijo en un susurro, acariciando mi cabello de una forma que me trajo una extraña paz, aunque solo fuera momentánea.

Sentir su cercanía me hizo olvidar por un instante todo el dolor. Sin pensarlo, sin ninguna razón más que el vacío que sentía, me acerqué más a ella, buscando algo en ese abrazo, algo que me hiciera sentir menos roto. 

Y entonces, sin pensarlo, la besé.

El beso fue intenso, como si todo el dolor se convirtiera en una mezcla de adrenalina y escape. 

Me sentía atrapado en esa sensación que me alejaba, al menos por un segundo, de la realidad en la que me encontraba. 

Me sentía casi "drogado" por la intensidad del momento, perdido en el calor de sus labios. Pero, de golpe, la realidad me golpeó con fuerza, y me separé de ella.

—Sofía... lo siento —susurré, con la vergüenza y la culpa apoderándose de mí al instante. No debí hacerlo, no era justo para ella ni para mí.

Sofía me miró, algo sorprendida, pero con una comprensión en sus ojos que casi me dolió más.

—Está bien, Dylan. Sé que no fue por mí, sino por lo que estás sintiendo. No tienes que explicarme nada.

Quería decir algo más, disculparme de nuevo, pero las palabras se quedaron atoradas en mi garganta. 

Me despedí de ella y, con el corazón todavía latiendo desbocado, me alejé, sintiéndome más perdido que antes.

Las cosas empezaron a tomar un giro inesperado, y, para ser honesto, no sabía cómo sentirme al respecto. Desde aquel día en que Sofía me consoló, todo había cambiado. 

Amores que aprenden a soltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora