Capitulo 7: Pequeños gestos de amor

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Después de esos días en los que sentí cómo la conexión entre nosotros se hacía más fuerte, decidí que era momento de hacer algo por él

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Después de esos días en los que sentí cómo la conexión entre nosotros se hacía más fuerte, decidí que era momento de hacer algo por él. 

No soy de dar regalos, y mucho menos de mostrar afecto tan abiertamente, pero con Dylan era diferente. Había algo en él que despertaba en mí la necesidad de cuidar y ser cuidadosa.

Me preparé para encontrarme con él en el parque, llevando una sudadera en mis manos. La había elegido especialmente para él, algo sencilla, de un color oscuro que sabía que le iría bien.

Llevaba puesta una similar, no idéntica, pero lo suficiente como para que la gente notara la conexión.

Cuando llegué, ahí estaba él, esperándome con esa sonrisa tranquila que siempre me desarmaba un poco. Me acerqué y, sin decir nada, extendí la sudadera hacia él.

—¿Para mí? —preguntó, sorprendido, mientras la tomaba y la observaba con atención.

Asentí, tratando de no hacer contacto visual por demasiado tiempo. No quería que viera lo que realmente significaba este gesto para mí.

—Es para que tengamos algo... no sé, algo en común. Quise que fuera especial —dije, en un susurro, casi hablando para mí misma.

Dylan se quedó un segundo en silencio, mirándome con esos ojos que parecían entenderme sin necesidad de que yo dijera mucho. 

Entonces, con una sonrisa que decía más que cualquier palabra, se puso la sudadera sin quitarme la vista de encima.

—Gracias, Keili —dijo finalmente, mientras se acercaba un poco más y me daba un breve abrazo que, aunque breve, sentí que me envolvía por completo.

Estar a su lado me hacía sentir más ligera, como si todo lo malo pudiera desvanecerse, aunque solo fuera por un momento. 

Caminamos juntos, con nuestras sudaderas a juego, en una especie de sincronía silenciosa que ninguno necesitaba romper.

No hablamos demasiado, pero no hacía falta. Su presencia, la calidez de su sonrisa y esa sudadera que ahora compartíamos, me hacían sentir que estábamos construyendo algo real, algo que no se desmoronaría fácilmente.

Aquel paseo en el parque ya había sido perfecto. Ver a Dylan con la sudadera que le había regalado, caminando a mi lado en silencio, me hacía sentir que había tomado la decisión correcta. 

No necesitábamos grandes palabras o gestos para sentirnos conectados; su sola presencia ya me daba paz.

Pero justo cuando pensaba que el momento no podía mejorar, Dylan se detuvo, sonriendo de esa forma que parecía tener un millón de secretos. 

Luego, metió la mano en su mochila y sacó un pequeño estuche. Lo abrió frente a mí, y dentro había un surtido de cosas: post-its de varios colores, separadores de libros, plumones, y una pequeña lámpara en forma de libro. Todo perfectamente organizado, como si llevara días planeándolo.

Amores que aprenden a soltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora