Capitulo 22: No te pierdas en el amor de otros.

7 1 0
                                    

Esa noche en los arrancones, mientras veía cómo Dylan se subía a su moto y desaparecía en la oscuridad de la carretera, sentí un escalofrío inexplicable, una sensación extraña que me recorría el cuerpo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esa noche en los arrancones, mientras veía cómo Dylan se subía a su moto y desaparecía en la oscuridad de la carretera, sentí un escalofrío inexplicable, una sensación extraña que me recorría el cuerpo. 

Algo en su mirada, en la forma en que aceleró sin mirar atrás, me hizo sentir que algo andaba mal. Era como si una parte de mí supiera que no iba a ser una carrera cualquiera, como si... como si algo fuera a romperse.

Intenté ignorarlo, convencerme de que solo era mi mente jugando conmigo, pero la inquietud seguía ahí, aumentando con cada minuto que pasaba. 

Hasta que horas después, las noticias me llegaron como una bofetada. Alguien murmuró entre la multitud que Dylan había tenido un accidente. 

Mi corazón se detuvo y mi cuerpo se quedó inmóvil, como si el tiempo hubiera dejado de existir. Las palabras resonaban en mi mente sin que pudiera comprenderlas del todo, y un impulso me recorrió el cuerpo: tenía que verlo, tenía que asegurarme de que estaba bien.

Me di la vuelta y, justo cuando iba a dar el primer paso, sentí una mano fuerte en mi hombro. Era Enzo.

—No vayas, Keili —me dijo con voz seria, sosteniéndome firme, como si supiera que cualquier otro intento de detenerme no serviría—. No es lo correcto ahora. Ya no tienes nada que ver con él.

Miré sus ojos, llenos de preocupación, y sentí una punzada de rabia, de impotencia. No entendía por qué me decía eso, por qué me pedía que me quedara quieta cuando todo en mi interior me pedía correr hacia Dylan.

Pero Enzo no aflojó su mano, y algo en su mirada me hizo detenerme.

—¿Qué sentido tiene que vayas, Keili? —insistió, su voz apenas un susurro—. Él ya eligió su camino, y tú tienes que seguir el tuyo. Te estás lastimando más de lo que piensas.

Me quedé en silencio, pero mis pensamientos eran un torbellino. ¿De verdad era lo mejor? ¿De verdad debía hacer caso y quedarme? 

Cada fibra de mi ser gritaba que debía estar ahí, que algo me estaba obligando a ir. Pero una parte más profunda, una parte que apenas entendía, sabía que Enzo tenía razón. 

Mi lugar no estaba ahí, y aunque doliera, aunque quisiera correr a su lado, ese ya no era mi lugar.

Al final, dejé que mi cuerpo se soltara y me quedé allí, inmóvil, con las manos temblando. La noche se volvió interminable, y mientras veía cómo todos seguían su vida, yo me sentía más vacía que nunca. 

Una tristeza densa, un dolor mudo y profundo se apoderó de mí, porque en el fondo sabía que, aunque Dylan se recuperara, algo entre nosotros ya se había roto irremediablemente.

La noche siguió su curso, pero yo me quedé ahí, quieta, abrazada a la incertidumbre y al vacío de no saber si había tomado la decisión correcta, preguntándome si, tal vez, en otra vida o en otro momento, las cosas hubieran sido distintas.

Amores que aprenden a soltarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora