Me encontraba a las afueras de Fairfield, esperando, aunque ni siquiera sabía muy bien por qué motivo lo estaba haciendo. Mi bicicleta descansaba a un lado de la carretera, con la luz del manillar encendida y la rueda trasera desinflada. Hacía algo más de dos horas, un clavo incrustado en el pavimento había traspasado la llanta y la recámara. Por suerte, no había perdido el equilibrio y tampoco me había caído de boca a la cuneta. Ahora, viéndolo en retrospectiva, se me antojaba como una señal del destino que me advertía para que regresara a mi casa.
La avenida Pensilvania era una carretera de pavimento ubicada en el extrarradio, en medio de la nada, rodeada por campos y campos de alfalfa, sin apenas construcciones alrededor. Estaba esperándola llegada de Brad, pues él me había asegurado que iba a darme una sorpresa, y no se había equivocado. Jamás olvidaría aquel día, nunca.
La pantalla de mi teléfono se iluminó de repente. Su zumbido se unió al sonido de la vegetación y los insectos nocturnos, mi única compañía en aquel lugar remoto. La quietud del paisaje contrastaba con la brutal desolación que gobernaba mi alma.
Grace: ¿Ya vas de camino a casa?
April: No, aún no.
Grace: Estoy preocupada.
April: Le enviaré un último mensaje, y si no me contesta pasados diez minutos, me iré y terminaré con él para siempre.
Aquel sábado, Grace y Emma se habían unido a un viaje organizado por la compañía de teatro para visitar el museo de arte contemporáneo Crocker Art y un musical en el teatro Crest, en Sacramento. Las había llevado un autocar e iban a pasar la noche allí.
Grace: ¡Joder! ¡Justamente hoy que mis padres no están en Fairfield!
April: No te preocupes, no va a pasarme nada.
Mi hermana estaba con mamá, y tampoco me atrevía a molestarlas. Había tardado algo más de cuarenta minutos en bicicleta desde mi casa, tomándome un par de descansos por el camino debido a mi baja condición física. Pero volver, me iba a suponer por lo menos una hora caminando sin parar. Siempre podía pedirme un Uber, aunque no sabía si me recogería en medio de aquel paraje perdido de la mano de Dios.
Transcurridos otros diez minutos, miré de nuevo el teléfono, sin ocultar mi dolor y resentimiento. Acababa de perder la cuenta de la cantidad de mensajes que le había enviado a Brad. No había respondido a ninguno, y eso me intranquilizaba. Una parte de mí esperaba que se obrara algún tipo de milagro, y apareciera una respuesta tranquilizadora que disipara toda mi angustia. Me alucinaba que él no hubiera visto ninguno de mis mensajes. ¿Cómo una persona se puede olvidar de otra hasta ese grado? No cabían excusas de ningún tipo.
«Quizás quiere terminar contigo y esta es la mejor forma de hacerlo», me dijo una voz interior, cargada de malicia y cinismo. «Lo conozco bien, no es ese tipo de persona. Igual le ha pasado algo», respondí en mi mente de manera automática, sintiéndome culpable. ¿Y si había tenido un accidente de moto?
Abrí Instagram casi por impulso, buscando alguna señal de vida. Lo cierto era que deseaba saber si Brad estaba activo en la aplicación o cuánto tiempo había transcurrido desde su última conexión. En la barra superior de mi cuenta, aparecían un montón de caras conocidas del instituto, rodeadas por anillos brillantes, anunciando que todos ellos habían subido contenido recientemente.
Mi ceño se frunció cuando entré en el primer perfil, y entonces descubrí la verdad. Toque a toque, foto a foto, vi la fiesta en la casa de la familia Owens. El lugar era un hervidero de risas, baile y descontrol. Se me heló la sangre.
—No, no puede ser... —Estaba tan conmocionada que no terminaba de creerme lo que veían mis ojos—. Algo ha debido pasar, tiene que haber una explicación.
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LA CHICA DE LOS VIERNES ·ϿʘϾ·
Ficção AdolescenteBrad Owens es el eterno segundón. A pesar de ser alto, guapo, carismático e inteligente, nunca ha conseguido destacar por encima de Oliver Sullivan, su mejor amigo, el popular quarterback del equipo de fútbol de la preparatoria Saint Therese of Lisi...