Capítulo 44

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El primer golpe

Sentada frente a la ventana, veo cómo el sol se hunde lentamente en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranja y púrpura, mientras aprieto la copa de vino entre mis manos, como si al soltarla, mi control se desvaneciera por completo. Los recuerdos me atacan con una crueldad implacable, susurrando en mi mente cada palabra dicha esa noche, cada traición velada entre las sombras, cada sensación de vulnerabilidad y miedo que me desgarró por dentro. Me siento rota, atrapada en el ciclo de ese recuerdo. Las lágrimas caen, calientes y sin detenerse, y me abrazo a mí misma, con los brazos aferrados a mis rodillas, intentando desesperadamente encontrar un ancla, un lugar seguro en medio de esta tormenta que amenaza con arrastrarme.

El leve golpecito en la puerta me saca de mis pensamientos, aunque no logra apagar el dolor. Caleb ha llegado. Malcolm insistió en dejarme compañía, incluso si era solo por esos miserables 30 minutos en los que él tenía que tomar un avión. La misión era clara: recopilar la información del hotel sin levantar sospechas. No podían saber lo que estaba ocurriendo tras bambalinas, no todavía.

—Señorita Aurora —la voz de Caleb suena desde el umbral, con una mezcla de preocupación y firmeza—. Traje desayuno.

Me obligo a esbozar una sonrisa, aunque en el fondo siento que me estoy desmoronando.

—No tengo apetito —respondo, mi voz apenas un murmullo—. Y por favor, no me digas que debo comer.

—Debe comer algo, señorita —responde con firmeza—. No es una petición.

Lo miro con cansancio, sintiendo el eco de Malcolm en su actitud. Resoplando, me levanto, todavía envuelta en la manta, y lo sigo. Al llegar a la cocina, la escena me detiene en seco: la encimera está llena de comida. Waffles con fresas y miel, suficientes para tres personas. Frunzo el ceño, mi corazón late con fuerza mientras mi mirada busca respuestas en Caleb. Antes de que pueda hablar, él gira hacia mí con una expresión neutral, pero sé que algo está pasando.

—Le has dicho —mi voz sale como una acusación, llena de rabia contenida, rogando que me equivoque.

—Hola, principessa —una voz familiar suena a mi espalda. Elliot. Su tono casual contrasta con la tensión en el aire.

Lo miro, mis ojos pasando de uno a otro, tratando de entender qué está haciendo aquí.

—Si quieres venganza, necesitas al mejor —interviene Caleb, como si esta reunión fuera algo planificado desde el principio.

—Y ahí es donde entro yo —añade Elliot, su tono coqueto y seguro. Y aunque normalmente su actitud me irritaría, esta vez encuentro una extraña calma en su presencia—. Pero no trabajo con el estómago vacío, así que, ¿qué te parece si llenamos nuestros platos antes de exterminar cucarachas? —me guiña un ojo y ladea la cabeza.

Siento la presión de la decisión que he tomado. Respiro hondo y asiento, siguiéndolos hasta la mesa. Me siento entre ellos, notando cómo sus miradas se cruzan por encima de mí, como si me estuvieran evaluando, esperando que me derrumbe. Odio esa sensación.

No quiero que me vean como frágil. Lo he sido tantas veces, me han protegido como si fuera una muñeca de porcelana, frágil ya punto de mameluco. Pero también he sido juzgada por no mostrar mis emociones, por ser demasiado dura. Es un maldito ciclo sin salida. Si lloro, soy débil. Si no lo hago, soy inhumana. No se puede ganar.

Anoche lloré hasta que no quedaban lágrimas, atrapada en pesadillas que no me dejaban despertar. Es lo normal, ¿no? Después de que te mientan, te cambien como si fueras una moneda en un maldito juego, y luego casi te violen, supongo que lo mínimo que puedes hacer es llorar. Sentirte usada, rota. Como si no valieras nada. Como un juguete que cualquiera puede dejar tirado.

Amor En CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora