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La condición para ser rey -Aegon II

Pedido por PYCO10

Desde que Otto Hightower había vuelto a ocupar el puesto de Mano del Rey, había estado evaluando con quién casar a su nieto, el verdadero futuro rey. Sabía que Aegon no estaba preparado para gobernar, pero también que eso era por pura rebeldía y desinterés. El joven parecía más interesado en escaparse de las lecciones y perderse en la calle de la seda que en aprender lo que implicaba el poder.

—¡Aegon! —le llamó la atención Otto con severidad al ver que su nieto cabeceaba de sueño mientras debía estar leyendo sobre diplomacia—. Debes poner de tu parte. ¿Cuándo empezarás a comportarte?

Aegon, en su habitual estado de desgano, apenas esbozó una sonrisa ladeada antes de contestar.

—Cuando me den lo que quiero —resopló, fingiendo leer, aunque en realidad no estaba absorbiendo nada.

Otto frunció el ceño, intrigado y exasperado a la vez.

—¿Y qué es exactamente lo que quieres, Aegon? —preguntó, seguro de que la respuesta estaría entre las frivolidades habituales.

Pero esta vez, Aegon alzó la mirada con una intensidad que sorprendió a su abuelo. En sus ojos había algo más que el desinterés habitual. Era una chispa de pasión, casi como si cada fibra de su ser estuviera concentrada en un solo deseo.

—Quiero a Daenys.

El nombre resonó en el salón como una confesión prohibida. Daenys, su hermana menor, la última hija de Alicent y el rey Viserys, una jovencita cuya presencia siempre había sido etérea, como una flor delicada en un mar de espinas. Daenys Targaryen no era solo otra de las hermanas de Aegon; para él, era el centro de todo lo que alguna vez había deseado en la vida.

Otto se mantuvo en silencio, su rostro inmóvil, pero en su mente las implicaciones eran múltiples. Sabía que Alicent no veía con buenos ojos esa posible unión. Daenys era inocente, muy alejada de las políticas del reino y de la ambición de su familia. Sin embargo, si Aegon realmente la deseaba, podría usar ese deseo a su favor.

—¿Estás seguro de que sabes lo que estás pidiendo, Aegon? —dijo Otto con cautela.

—Nunca había estado tan seguro de algo en mi vida —contestó Aegon con firmeza, y sus palabras sonaban como una promesa.

Fue entonces cuando Alicent, que había estado escuchando en silencio, se acercó a su hijo. Conocía el afecto que Aegon tenía por su hermana menor, pero jamás había visto esa convicción en él.

—Aegon, casarse con Daenys no es solo un premio o una recompensa —dijo Alicent, mirándolo con gravedad—. Si realmente quieres a tu hermana, debes demostrar que estás dispuesto a protegerla, a construir un reino digno para ella, y no solo usarla como un capricho.

Aegon asintió, sosteniendo la mirada de su madre.

—Entonces, déjenme demostrarlo —respondió, su voz resonante con una sinceridad que incluso él desconocía hasta ese momento.

Otto entrecerró los ojos, sopesando la situación. Sabía que el reino necesitaba un rey fuerte, y que si lograba que Aegon se comprometiera a ser ese rey, podría asegurar la estabilidad de Westeros.

—Muy bien —dijo Otto finalmente, inclinándose hacia su nieto—. Si demuestras que eres digno, que puedes estudiar y prepararte, si aprendes a poner el reino antes que tus propios deseos... entonces Daenys será tuya. Pero deberás ser el mejor rey que Westeros haya visto, y eso no será tarea fácil.

Aegon sintió el peso de las palabras de su abuelo como si fueran cadenas, pero en lugar de asustarse, una llama se encendió en su interior. Sería el rey que su familia esperaba, aprendería y se prepararía, porque ahora tenía un motivo real para luchar.

—Seré ese rey —prometió, y esta vez su voz no dejó lugar a dudas.

Alicent y Otto se miraron, sabiendo que acababan de sellar el destino de su nieto. Si Aegon lograba cumplir con su parte, podría ganarse el derecho de casarse con Daenys. Pero el camino hacia el trono sería arduo, y tanto Alicent como Otto sabían que este trato podría tanto fortalecer a Aegon como quebrarlo.

Desde ese día, el joven príncipe comenzaría a poner de su parte, no solo por ambición, sino por amor hacia Daenys, la hermana que se había convertido en su esperanza y en la promesa de un futuro mejor.