DISERTACIÓN

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Resulta que aquello no era una cita de verdad.

Sí, se estaba tomando una cerveza en una taberna con una chica bastante guapa. Jugando al billar. Oyendo música en la máquina de discos. Un par de hamburguesas con huevos fritos y patatas fritas. Comida típica de cita.

Hacía muy poco de la muerte de Lisa, pero aquello resultaba agradable. Salir.

Con todo, aquella chica nueva no le quitaba la vista de encima. Ni para mirar el partido de fútbol americano que daban por el televisor de encima de la barra. Fallaba todos los tiros del billar porque era incapaz de mirar la bola blanca. Su mirada era como si estuviera escribiendo al dictado. Tomando notas taquigráficas. Sacando fotos.

—¿Te has enterado de lo de esa niña que ha muerto? —dijo—. ¿No era de la reserva? —Dijo—: ¿La conocías?

Las ásperas paredes de madera de cedro del bar estaban oscurecidas de tantos años de gente fumando. En el suelo había una gruesa capa de serrín para absorber los escupitajos de mascadura de tabaco. Las luces de Navidad parpadeaban de un lado a otro del techo negro. Rojas, azules y amarillas. Verdes y naranjas. Algunas de ellas fallaban. Se trataba del tipo de bar donde no les importaba que entraras con tu perro o que llevaras pistola.

Con todo, a pesar de las apariencias, aquello no era tanto una cita como una entrevista.

Aun cuando aquella chica hacía afirmaciones, sonaban a preguntas.

—¿Sabías —dijo— que san Andrés y san Bartolomé intentaron convertir a un gigante con cabeza de perro? —Ni siquiera intentaba enfilar su siguiente tirada mientras hablaba—. La primitiva Iglesia católica describe al gigante como un ser de tres metros con cara de perro, melena de león y unos dientes como los colmillos de un jabalí salvaje.

Por supuesto, erraba el tiro, pero no se callaba. Venga a largar y a largar y a largar.

—¿Has oído el término italiano lupa manera? —dijo.

Inclinada sobre la mesa de billar, cagaba otro tiro fácil, con las dos bolas en línea frente a un agujero de la esquina. Y sin callarse ni un momento:

—¿Has oído hablar de la familia Gandillon de Francia? —Decía—: En mil quinientos ochenta y cuatro, la familia entera fue quemada en la hoguera...

La chica aquella, Mandy Algo, debía de llevar un par de meses por el campus, tal vez desde las vacaciones de Navidad. Falda corta y zapatones con tacón de aguja tan afilado como un lápiz. La clase de atuendo que una chica de por aquí no podría ni siquiera comprar. Al principio, se la veía sobre todo por los alrededores de la oficina de «Antropo». En «Pueblos del mundo 101» hacía de licenciada ayudante del profesor, y fue allí donde empezó realmente su hábito de ponerse a mirarme fijamente. Luego se la vio por el departamento de lengua y literatura inglesa, preguntando por el programa de introducción al derecho. Estaba allí todos los días. Y todos los días decía hola. Con todo, siempre estaba espiando. Sacando fotos con los ojos. Tomando apuntes.

Y siendo: Mandy Algo, Agente Secreta.

Siguió mirándome fijamente a los ojos durante todo el trimestre de invierno, y aquella semana me dijo:

—¿Quieres ir a comer algo?

Ella invitaba. Con todo, aun con las hamburguesas, las luces de Navidad y la cerveza, aquello no era una cita.

Ahora, rozando apenas la bolsa seis, me dijo:

—Se me da mejor la antropología que jugar al billar. —Poniendo tiza en su taco, dijo—: ¿Conoces la palabra varulf ? ¿Y has oído hablar de un hombre llamado Gil Trudeau? Fue el guía del general Lafayette durante la Revolución americana. —Sin dejar de frotar el cubito de tiza azul contra la punta de su taco, Mandy Algo dijo—: ¿Y has oído alguna vez el término francés loup-garou?

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora