Es un clásico. Un cuento navideño que a los comerciales todavía les encanta contar.
En cuanto se empiezan a colgar los adornos de Navidad, los empleados nuevos siempre suplican que alguien lo cuente. Lo imploran —Oh, por favor, contádnoslo— hasta que llega la Nochebuena y el gerente de planta reúne a la plantilla en la sala de personal.
—Tenéis que entender —empieza a decir el gerente— que esto pasó de verdad, pero hace muchas, muchas temporadas vacacionales...
Trabajar en ventas después de Acción de Gracias siempre ha sido lo peor. Sobre todo los villancicos. Un bucle interminable de villancicos sonando a todo trapo por los altavoces del techo.
—Después de ocho horas de oír esas canciones —dice el gerente, en tono sabio, asintiendo con la cabeza—, Miley Burke ya deseaba que ni Jesucristo ni Bing Crosby hubieran nacido nunca.
Miley había trabajado allí hacía mucho tiempo, entre semana en artículos para el hogar y los fines de semana en baños y dormitorios. A veces iba a bisutería si necesitaban a una comercial extra. Si no, Miley mataba el rato en la sala de personal porque era el único sitio en el que se podía escapar de la música.
El día en cuestión entró a trabajar un poco temprano. Se había comprado una barrita de caramelo con frutos secos, que llevaba metida en su caja y envuelta en papel reluciente con copos de nieve impresos por trabajadores esclavizados en talleres de mala muerte de algún país donde nunca habían oído hablar del invierno, ya no digamos de la Navidad. En letras mayúsculas, Miley escribió «A Clara» en un post-it, «De tu amigo invisible». Pegó el post-it a la caja envuelta y la metió en el casillero asignado a Clara.
—Clara trabajaba en ropa de bebé —explica el gerente—, vendiendo pijamitas de una pieza.
Después de tantos años, la misma parrilla de casilleros sigue ocupando una pared de la sala de personal. Un casillero para cada empleado de ventas y uno libre para Objetos Perdidos. Una mesa alargada con sillas ocupa la mayor parte del espacio de la sala. En la pared de delante de los casilleros hay una encimera con fregadero y microondas. La pared del fondo la ocupan el reloj y las tarjetas para fichar. La última pared es la de la puerta, que tiene al lado la nevera para empleados.
Ya empezaba a llegar gente cuando Miley miró su casillero. Todos estaban marcando sus tarjetas de fichar. Miley vio que había algo metido al fondo de todo del casillero. En la oscuridad de dentro relucía un lazo rojo satinado. Estiró el brazo para cogerlo y palpó algo suave. Resbaladizo. Pesado. Mientras lo sacaba, el peso se le desplazó en las manos. Pegada al paquete con cinta adhesiva había una tarjeta con purpurina. Escrito en mayúsculas en la tarjeta, decía: «Para Miley. De tu amigo invisible».
Alguien se le puso al lado. Una voz le preguntó:
—¿Qué te ha tocado?
Una voz masculina. Era Devon, empleado de Prevención de Reducción de Stocks.
Miley sostuvo el regalo con las dos manos y dijo:
—No lo sé.
Era claramente un paquete hecho en casa. Algo puesto encima de un plato de cartón endeble y cubierto con envoltorio de plástico tintado de rojo. El lazo rojo estaba pegado encima de todo. Ella retiró el plástico.
Era algo marrón. Dados marrones. El marrón tenía motas de color amarillo oscuro. No olía bien.
Habían llegado más vendedores. Ahora había cola frente al reloj de fichar. Miley no quería parecer poco amable por si acaso el autor del regalo estaba entre ellos.
—¡Qué suerte! —dijo. Retiró el envoltorio de plástico y exclamó—: ¡Es dulce de leche casero!
Devon no pareció impresionado. Le dedicó una sonrisita de compasión y le preguntó:
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Relatos de Chuck Palahniuk
Short StoryUna colección de relatos publicados por el autor norteamericano Chuck Palahniuk, mas conocido por su primera novela, EL CLUB DE LA LUCHA, y por su relato (que hizo desmayarse a mas de una persona) TRIPAS. Encontrarás historias que te gustarán, que t...