DECIR COSAS AMARGAS

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Desde el mismo instante en que se sienta, intentamos explicárselo...

No aceptamos hombres. Este es un refugio para mujeres. El propósito de este grupo es cuidar y dar poder a las mujeres confiriéndoles una sensación de privacidad. Permitir a las mujeres que hablen en libertad sin ser cuestionadas o juzgadas. Excluimos a los hombres porque inhiben a las mujeres. La energía masculina intimida y humilla a las mujeres. Para los hombres, una mujer es una virgen o una guarra. Una madre o una puta.

Cuando le pedimos que se marche, por supuesto, se hace el tonto. Dice que lo llamemos «Miranda».

Respetamos su elección. El esfuerzo y la voluntad que ha puesto en conseguir la apariencia física de una mujer. Pero este espacio, le decimos de una forma amable y sensible, este espacio es solamente para mujeres que han nacido mujeres.

Él nació Miranda Joyce Williams. Dice esto y abre el broche de su pequeño bolso de piel de lagarto color rosa. Saca un permiso de conducir. Con una uña larga y de color rosa coloca el permiso sobre la mesa, dando un golpecito en el sitio donde pone «F» junto a la categoría del sexo.

Puede que el estado reconozca su nuevo sexo, le decimos, pero nosotras decidimos no hacerlo. Muchas de nuestras integrantes sufrieron traumas de infancia relacionados con los hombres. Tienen miedo de que se las reduzca a simples cuerpos. Son cuestiones que él nunca podría entender porque nació hombre.

Y él dice: Nací mujer.

Alguien en el grupo dice:

—¿Puedes enseñarnos tu certificado de nacimiento?

Y «Miranda» dice: Claro que no.

Otra persona dice:

—¿Estás menstruando?

Y «Miranda» dice: Ahora mismo no.

Se dedica a jugar con un pañuelo con los colores del arco iris que tiene atado alrededor del cuello. Afectando una caricatura de la conducta nerviosa femenina. Se dedica a jugar con el pañuelo centelleante y resplandeciente que tiene sobre los hombros, dejándolo caer por su espalda de forma que quede suspendido de sus codos. Se dedica a pasar los dedos por entre los largos flecos que hay a ambos lados del pañuelo. Cruza las piernas pasando una rodilla por encima de la otra. Después la de debajo sobre la de encima. Levanta y dobla el abrigo de piel que tiene sobre el regazo. Lo gira y acaricia la piel con una mano abierta, con las uñas juntas, pintadas de rosa y brillantes como joyas.

Sus labios y sus zapatos y su bolso, sus uñas y la correa de su reloj, todo es tan rosadito como el ojo del culo de un pelirrojo.

Alguien del grupo se pone de pie, con una mirada furiosa. Y dice:

—¿A qué coño viene esto? —Mete con malos modos su punto y su botella de agua en su bolsa y dice—: Me paso la semana entera esperando esto. Y ahora me lo han estropeado.

«Miranda» se limita a quedarse sentado, con los ojos resguardados bajo unas pestañas largas y gruesas. Con los ojos flotando en sendas piscinas verdeazules de delineador de ojos. Se embadurna su pintura de labios con más pintura de labios. Se unta colorete por encima del colorete. Rímel encima del rímel. Su blusa recortada se le abomba sobre el pecho. La seda rosa de la misma parece colgarle de los dos puntos de sus pezones, con unos pechos que son aproximadamente del mismo tamaño que su cara y que le sobresalen como globos de las ondulaciones bronceadas de su caja torácica. Su barriga al descubierto, plana y bronceada, es una barriga masculina. Se trata de una fantasía total tipo muñeca sexual, el tipo de mujer en la que solamente un hombre se convertiría.

Para ser un grupo de charla, «Miranda» dice que esperaba un poco más de charla.

Nos lo quedamos mirando.

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora