ELEANOR

1 1 0
                                    

Randy odia los árboles. Odia los árboles con tantas ganas que cuando en internet informaron de la defenestración al por mayor de la selva amazónica, a Randy le pareció que era un acontrecimiento de lo más noble y propicio.

Sobre todo los pinos. Odia cómo se mueven los pinos: primero se mueven despacio y después deprisa. Primero tan agobiantemente despacio que te olvidas de que siempre se están moviendo. De que es así como los árboles elevan y elevan su tonelaje maderero, hasta que eligen a su víctima y se le ponen encima del perolo. Y después los pinos se mueven deprisa, como una emboscada. Demasiado deprisa para guiparlos.

O por lo menos papá Randy nunca llegó a guiparlo. Después de una vida entera de trabajarse la cinta transportadora del aserradero, ya tenía los minutos contaos. Un movimiento rápido y toda aquella madera sin tratar le particionó el perolo craneal en un millón de fracciones sanguinolentas.

A Randy se le ocurrió que tenía mejores cosas que hacer en la vida que quedarse donde estaba y terminar seguramente aplastao por cien toneladas de fibra celulósica. Randy odiaba Oregón.

Randy aspiracionaba a vivir en una casa de estucado de color rosa por cuyas inmediaciones los árboles ni siquiera asomaran la jeta. Así que se agenció el dinero del seguro de vida y metió a su pitbull en el coche. Puso rumbo al sur, acelerizando cada vez más, como si lo estuviera persiguiendo una manada de sabuesos voraces.

En California, la agente inmobiliaria se quedó mirando el buga de Randy: un Celica tuneado con cromados añadidos que duplicaban el precio de mercado del coche. Y la agente se fijó en el pitbull de Randy. El típico gesto de rebeldía estándar y convencional. La agente juzgó a Randy por su cabeza afeitada y el tatuaje facial recién hecho que todavía sangraba un poco. La agente abrió el portátil y procedió a hacer una descarga pirata. Y le dijo a Randy:

—Colega. —Le dijo—: Colega, vas a estar de puta madre en esta casa.

La agente inmobiliaria se llamaba Giselle.

Y en el portátil de Giselle empezó una película delante de los ojos pláticos de Randy. Era un contenido protegido copiado de contenido copiado de contenido copiado de contenido copiado de contenido por el que nadie había pagado un duro desde hacía mil generaciones de distancia. La agente dijo:

—Colega. —Dijo—: Colega, esta peli se llama Corre a esconderte, niñata IV.

La protagonista de la película era Jennifer-Jason Morrell. En la peli interpretaba a una ladrona rubia y sigilosa que intentaba entrar a robar en una casaza de puta madre donde una docena de colegas se juntaban para cospirar. Los colegas estaban aletarjados en cama después de pegarse una noche entera de pimplar Rémy Martin para inspirarse. La trama empezaba cuando Jennifer-Jason procedía a confiscar las cadenas de oro de los cuellos de los maromos. No era hasta que aquellos tiarrones enormes y encolerizaos se despertaban —comprensiblemente indiznados— que la película empezaba de veras.

La casa de la película era de estucado rosa por fuera. Una piscina ocupaba el jardín trasero, con un extremo donde las aguas clorizadas parecían fundirse suavemente con el horizonte. En la grava de delante de la propiedad crecían saguaros en un vecindario donde no había ni un solo árbol.

En la visita guiada la agente inmobiliaria, Giselle, le señaló los rasgos especiales de la casa, entre ellos el vestíbulo de entrada de dos niveles con suelos de mármol blanco. Era la localización donde Jennifer-Jason había sido víctima de una hilera de maromos salidos que se habían turnado para cepillársela brutalmente.

Randy y la agente inmobiliaria se quedaron sobrecogidos. Los dos impresionaos por la impaztante histerectomía cisnematográfica que había tenido lugar en aquellos pocos metros cuadraos.

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora