COSAS DE ADULTOS

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El padre de Troy estaba decidido a hacerlo mejor de lo que lo había hecho su padre. Cuando su padre, el abuelo de Troy, le había explicado de dónde vienen los niños, se lo había dicho en forma de chiste, preguntándole: «¿Cuál es la diferencia entre el sexo anal y un microondas?». Por entonces el padre de Troy tenía seis años, la misma edad que Troy tiene ahora. El padre de Troy no había sabido la respuesta, de forma que su padre le había dicho, con naturalidad: «Que el microondas no te deja la salchicha marrón».

De eso se trataba: cosas de adultos. Así pues, cuando Troy entró en el coche una tarde al salir de la escuela y anunció que los alumnos de segundo estaban haciendo un proyecto sobre «sexo no seguro», su padre comprendió que se le presentaba una oportunidad educativa. La escuela ni siquiera había tratado el sexo y ya les estaban diciendo a los niños lo que no se podía hacer. Aun así, el padre de Troy sabía lo que saben todos los políticos: que no has de contestar la pregunta que te hacen, sino la que quieres que te hagan. Y en materia de sexo no seguro, el padre de Troy era la autoridad máxima.

Como ya estaban allí, al padre de Troy el coche le pareció un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar. Estaba conduciendo de vuelta a casa, de forma que tenía que mirar por dónde iba. Y le contó a Troy que a veces, cuando los papás y las mamás se quieren mucho, mucho, quieren estar a solas. Y cuando papá y mamá todavía iban a secundaria, a veces el único sitio donde podían estar a solas era el coche, por mucho que fuera un Dodge Dart que tenía cinta adhesiva pegajosa tapando los desgarrones de la tapicería de vinilo, y aun así necesitaban comprar entradas para un autocine —algo casi imposible de explicar a un chaval de hoy en día, salvo diciéndole que es como un televisor tan grande que podría cubrir un costado del edificio donde trabaja papá—, por mucho que la película que pusieran aquella semana fuera La huida con Sally Struthers, lo cual tampoco tiene demasiada importancia, porque la única razón de que los papás y las mamás vayan a los autocines es para estar a solas y besarse y tocarse y fumar un poco de hierba y revolcarse como dos estrellas de porno desolladas en una cama de sal caliente, y claro, en esa situación los papás y las mamás están dispuestos a comprarse entradas hasta para ver pintura secándose, si eso les garantiza un par de horas en que todo el mundo los deje en paz, por mucho que lo que sientan es un amor real y verdaderamente eterno, que es algo que los papás y mamás mayores ya se han olvidado de que es posible, y aun así un Dodge Dart no era el mejor buga para montárselo porque algún cretino de dueño anterior había cambiado el asiento delantero continuo por dos asientos individuales y el asiento trasero solo ofrecía el espacio justo para hacerlo desde detrás, tumbados de costado, lo que se llama hacer la cuchara, que no era la mejor posición porque mamá decía que así papá siempre le metía demasiado aire, y el padre de Troy todavía está mirando la carretera así que no puede ver la reacción de su hijo, ni siquiera cuando dice que hacer la cuchara era la única posición en que podía ponerse mamá porque si intentara ponerse ella encima, aunque fuera una sola vez, se le empezarían a bambolear las tetas y el pelo a la vista de todos, y pronto el autocine entero estaría haciendo parpadear las luces de los faros, largas-cortas, largas-cortas, y haciendo sonar la bocina y soltando chillidos de rodeo, hasta que se enterara el instituto entero, y aun así su padre en el autocine propuso que probaran a hacer un pequeño sesenta y nueve para empezar la fiesta, y mientras él está contando cómo se quitaron la ropa y se pusieron a revolcarse en el asiento de atrás, su hijo, Troy, le pregunta qué tiene todo eso que ver con de dónde vienen los niños, por mucho que su padre ya haya llegado al momento en que mamá agarró la zona de peligro de papá entre dos dedos de una mano, como si estuviera cogiendo un trozo de basura del suelo de unos lavabos públicos, y le dijo que no olía tan bien como a ella le gustaría y que se lo estaba replanteando, a pesar de que él le había explicado una y otra vez que estaba limpia y que aquella era simplemente la naturaleza de su prepucio, pero ella no se quedó convencida ni siquiera cuando él le soltó su viejo argumento de «¿Por qué solo es mutilación genital cuando se lo hacen a las chicas?», y ella se estaba enfriando por mucho que él le dijera «La mutilación genital es mutilación genital, cortes lo que cortes», lo cual no la hizo reír por mucho que él le guiñara el ojo para indicar que estaba de broma, y ella se plantó definitivamente ante la posibilidad de metérsela en la boca, de forma que él estiró la mitad superior del cuerpo hasta la parte delantera del coche y abrió la guantera y se puso a rebuscar entre los viejos mapas de carreteras, por mucho que eso implique ahora explicarle qué es un mapa de carreteras a su hijo, que es de una generación de chavales que usan el GPS para todo de forma que nunca conocerán la pesadilla origami de intentar volver a doblar un papel viejo de noche y con viento, y se puso a buscar un condón o algo parecido, lo que fuera, para disimular el olor, por mucho que aquel olor no fuera más que la forma en que tiene que oler una zona de peligro sana y no mutilada, pero lo único que papá pudo encontrar fue un frasco grande de jabón desinfectante para manos que se había quedado allí después del pánico del invierno anterior por la gripe aviar asiática, y aunque todo eso pasó una década antes de que él naciera, ahora su hijo quiere desviarse por la tangente para preguntarle qué fue la gripe aviar, y qué es un asiento continuo, por mucho que nada de eso importe de cara al sentido general de la historia, y a continuación su padre le explica que papá le enseñó el desinfectante de manos a mamá en el asiento de atrás cubierto de cinta adhesiva y le ofreció enjabonarse la zona de peligro entera si eso la iba a hacer feliz, y ni siquiera el gélido corazón de mamá pudo evitar deshelarse al ser expuesto a tan romántico gesto, aunque a él le preocupaba que le fuera a doler porque el frasco decía que el desinfectante tenía un porcentaje muy alto de alcohol, pero en realidad su zona de peligro ya estaba experimentando un ansia tan fuerte y tan dolorosa que acabó por imponerse a su sentido común, de forma que se sirvió un puñado gigante de aquel gel frío, transparente y pringoso y lo usó para untarse la zona de peligro, y a pesar del centenar aproximado de ingredientes germicidas que se detallaban en la etiqueta, por no mencionar una cantidad sensible de aloe vera, aun así el jabón no le dolió tanto como se había imaginado, o por lo menos no tanto como ya le dolía la zona de peligro de pura ansia, y aunque él se fuera a morir por culpa del esperma impactado, como una muela del juicio infectada pero entre sus piernas flacas de adolescente, el dolor no era lo bastante fuerte como para hacer cambiar de opinión a su zona de peligro, aun cuando mamá se seguía negando a chupársela, y su zona de peligro seguía igual de dura que su nariz cuando plantó la cara en medio de la zona de peligro de mamá y se puso a darle a la lengua, jugando a un juego que solían llamar «Flipper» y que estaba basado en una serie de la tele tan antigua que ya ni siquiera Nickelodeon quiere tener nada que ver con ella, pero aun así mamá no quiso usar la lengua porque ahora le preocupaba intoxicarse con los componentes químicos del gel, y sin embargo, en vez de rendirse, papá se quedó boca abajo, conteniendo la respiración, jugando al Flipper, zambulléndole la lengua porque sabía que si ella se ponía lo bastante caliente se avendría a lo que fuera, y el padre de Troy no aparta la vista de la carretera mientras nota cómo se eleva de su hijo un tsunami de preguntas, y sigue contándole que el papá del autocine no subió a por aire, sino que se limitó a seguir chapoteando con la lengua hasta que llegó un momento en que ella estaba tan mojada que él pudo apartar la cara a tiempo para que un chorro de los jugos de mamá le fluyeran por la punta de la nariz formando un arco irregular como un surtidor mientras él soltaba unos chilliditos de risa de delfín en plan «iii-iii-iii-iii» y aplaudía con las manos como si fueran aletas de delfín igual que hacían cada vez que veían aquella serie por la tele cuando eran niños, y para entonces la zona de peligro de papá ya estaba llena hasta reventar de una tonelada aproximada de jugos de papá a presión y la mamá ya no quería nada en el mundo más que hacer la cuchara, desde detrás, en el asiento de atrás del Dodge Dart, daba igual que eso le metiera aire, por mucho que hasta aquel momento nadie hubiera mencionado que ya hacía once días que le tendría que haber venido la cosa que les viene a las mamás cada mes, y aun así ella se seguía diciendo a sí misma que quizá simplemente estuviera vomitando por comer demasiadas salchichas rebozadas, por mucho que hubiera hecho cálculos mentales y supusiera que su equivocación ya debía de tener el tamaño de un cúmulo de células, y en ese momento su hijo, Troy, le pregunta «¿Así fue como empecé a existir yo?», todavía intentando entender de dónde vienen los niños, y papá seguía en el Dart haciendo chocar su zona de peligro contra la de mamá, qué recuerdos tan gratos y perfectos, mientras Sally Struthers le decía algo a Steve McQueen en la pantalla del autocine, sin tener ni idea de que ya era papá, todavía dando golpes de caderas y con los jugos secos del juego de Flipper tensándole la piel de la cara, hasta que oyó chillar a mamá como si fueran todas las mañanas del día de Navidad juntas, y por fin paró, aunque él quería seguir, pero ella le dijo que primero se fumaran un canuto que tenía en el bolso y abandonó la posición en que estaba al lado de él, agarró un porro y le dio al encendedor, malditos fueran el herbicida Paraquat y el pesticida Malathion, y aun entonces ella se estaba quejando del aire que papá le había metido, y se encendió el canuto y los dos pudieron oír que la hierba no era ninguna maravilla porque aun con Sally Struthers chillando no sé qué de fondo los dos oyeron reventar las semillas cuando ella dio una calada larga y pronto estaban los dos haciendo chocar otra vez sus zonas de peligro, porque en los años del instituto a su padre nunca se le ponía blanda del todo, y llegado este punto de la historia el chaval, su chaval, Troy, le pregunta por qué se fumaron un porro aun a riesgo de provocarle a él lesiones cerebrales fetales, y qué típico es de los críos preguntar cosas y luego no esperar la respuesta y ser tan egocéntricos, y ahí está su crío dándole sermones sobre sexo no seguro y los efectos del THC durante el primer trimestre de embarazo, mientras él sigue contando cómo una semilla reventó muy fuerte y se puso a soltar chispas como si fuera el Cuatro de Julio y provocó una lluvia de chispas hasta que una de ellas aterrizó en el matojo de mamá.

Lo que vino a continuación fue bonito. Un resplandor muy bonito. Como unos plátanos flameados o una crêpe suzette servidos a un lado de la mesa. Como un café flameado cuando el camarero lo rocía de esa canela que se enciende y brilla como las luciérnagas, tan bonito que papá y mamá solo pudieron quedarse mirando aquel nimbo azul como si fuera una película antigua de un televisor en blanco y negro, una luz azul hechizadora que se puso a danzar en los pelos del regazo de ella, que debían de estar empapados de desinfectante de manos de segunda mano, porque aquel tipo de gel no se evaporaba nunca, y ahora el matojo le explotó como si fuera napalm por la mañana detrás de Charlie Sheen en aquella otra película, pero a papá y a mamá no se les ocurrió tirarse al suelo y rodar, tirarse al suelo y rodar tal como les había explicado que tenían que hacer Bill Cosby cuando eran niños, sino que se limitaron a chillar y hasta la zona de peligro de mamá chilló por culpa de todo el aire que papá le había metido dentro, y de pronto una ráfaga de aire escupió un fogonazo como si fuera un dragón, como si fuera un lanzallamas de la guerra de Vietnam, o como si fuera la teniente Ellen Ripley persiguiendo a Alien en la oscuridad, una heroína feminista tremenda como no se ha visto otra, hasta que volvió a ser simplemente Sigourney Weaver, y luego el fuego se propagó por el asiento de atrás para incendiar también la zona de peligro untada de desinfectante de manos de papá, y no solo el vello sino también las partes de piel, que todavía estaban tensadas del todo por la presión interna, hasta que el hecho de tener exceso de prepucio se convirtió en la menor de sus preocupaciones, y ahora el padre de Troy está intentando describir con exactitud la escena, por mucho que la expresión de la cara de su hijo, de la cara de Troy, sea de horror absoluto, y el padre de Troy le cuenta que es como cuando te vas de acampada y acercas demasiado los malvaviscos a las llamas y te quedas sosteniendo en la punta de un palo una masa deshecha y llameante y sin forma que nadie puede apagar, algo mucho peor que el simple hecho de que se te ponga la salchicha marrón, y entonces a mamá le vino la cosa que le viene todos los meses, por mucho que en aquel momento no le tocara, es lo que hacen las señoras cuando algo las asusta, como por ejemplo una araña al lado del fregadero o una máscara de miedo de Halloween: contraen todos los músculos en una maniobra defensiva, igual que el calamar suelta un chorro de tinta para crear una pantalla de humo y poder escaparse, y mamá expulsó un volcán de sangre rodeado por un anillo de fuego. Pero ni siquiera eso funcionó cuando el interior del Dodge Dart se incendió también, creando un incendio llameante dentro de otro incendio, como una chimenea encendida dentro de una casa en llamas situada en una parcela del Infierno, y para entonces papá ya estaba tan cerca de correrse que todavía estaba soltando espermatozoides pero en llamas por culpa del desinfectante de manos, disparándolos, pum, pum, pum, como si fueran balas trazadoras, como si fuera el Cuatro de Julio, y ni siquiera entonces mamá sintió el chorro enorme de alivio de no estar embarazada, porque papá y mamá estaban dando brincos por el asiento de atrás del Dodge Dart hasta que todos los faros de los coches que tenían detrás se pusieron a parpadear, luces largas-cortas, largas-cortas, y todo el mundo estaba soltando gritos de rodeo y vociferando «¡Móntala, móntala!», sin saber que se trataba de una conflagración de zonas de peligro, hasta que mamá salió dando tumbos por una de las portezuelas de atrás del Dodge y papá salió dando tumbos por la otra portezuela, y ni siquiera entonces les pasó por la cabeza tirarse al suelo y rodar, por mucho que los dos estuvieran corriendo en llamas, dejando atrás un rastro de trocitos quemados de malvaviscos, al rojo vivo, dejando caer goterones de plátano flameado que se quedaron chispeando en la grava del autocine, incendiando las servilletas de papel que los guarros de los clientes habían tirado por todo el suelo, ni siquiera cuando llegaron corriendo al sitio donde las caras de Sally Struthers y Steve McQueen se estaban dando un beso más y más grande, y aun entonces la cara de su hijo, la cara de Troy, es un interrogante enorme, que no deja de preguntar: «¿Y yo vengo de eso?».

Para entonces ya están en casa, aparcados en la entrada para coches mientras la madre de Troy los saluda con la mano desde la ventana de la cocina. O lo que queda de ella. Pero aun así el padre de Troy está tan decidido a hacerlo mejor que el cutre de su padre que le dice:

—No, hijo mío —le dice—. Es por esto por lo que te adoptamos.

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora