Hace muchos años, en un mundo previo a la desilusión, Mona se paseaba por el bosque con la boca rebosante de orgullo. Después de muchos esfuerzos y sacrificios, había terminado sus largos años de educación. Mona se jactó delante de Cuervo: «¡Mírame, tengo una licenciatura en Comunicación! —Se vanaglorió delante de Coyote—: ¡He completado muchas prácticas de alto nivel!». En un mundo previo a que se revolcara en la vergüenza y la derrota, Mona exhibió su currículum en el Departamento de Recursos Humanos de Llewellyn Marketing Alimentario S.A.
Mona exigió una audiencia en persona con Hámster, que era el representante de Recursos Humanos, y le presentó con atrevimiento su currículum y un desafío:
—Dejad que demuestre mi valía. Mandadme a una misión divina.
Y así es como Mona terminó detrás de una mesa plegable. En las tiendas de alimentación o en los grandes almacenes, Mona ofrecía bocaditos de salchicha ensartados con palillos. Ofrecía cucharaditas de tarta de manzana en vasitos diminutos de plástico, o bien servilletas de papel que contenían dados de tofu de muestra. Mona rociaba perfume y ofrecía su propio cuello esbelto para que los patosos de los Alces se lo olisquearan, y los Alces compraban sin parar. Mona había nacido con encanto, y cada vez que sonreía a Ciervo o Pantera o Águila, ellos le devolvían la sonrisa y se disponían a comprar el producto que fuera que Mona estuviera promoviendo. Le vendió cigarrillos a Tejón, que no fumaba. Y tasajo de ternera a Carnero, que no comía carne. ¡Tan lista era Mona que le vendió loción para manos a Serpiente, que no tenía manos!
De vuelta en Llewellyn Marketing Alimentario, Hámster le dijo:
—Tengo un puesto en Las Vegas.
Y Las Vegas se convirtió en el primero de una larga lista de éxitos. Porque ahora Mona formaba parte de un equipo y demostró que trabajaba de maravilla en equipo, y cada vez que Hámster le ofrecía a Mona un traslado —a Philly, a las Ciudades Gemelas, a San Fran—, Mona siempre estaba dispuesta a vender alguna pasta nueva para untar bocadillos o para promover alguna nueva bebida energética. Y como se atribuía a sí misma cierto éxito, un día Mona volvió a visitar a Hámster de Recursos Humanos y le propuso:
—Has sido mi defensor, Hámster, y yo he servido bien a Llewellyn Marketing Alimentario. Ponme una prueba más difícil.
Y Hámster le contestó:
—¿Quieres un desafío? —Le dijo Hámster—: Tenemos un queso que no se está moviendo.
Y tan arrogante era Mona que le propuso:
—Dadme vuestro queso problemático.
Y sin echarle ni un vistazo al producto en cuestión, Mona prometió que obtendría un mínimo de un catorce por ciento de cuota en el tremendamente competitivo mercado de lácteos sólidos de importación de gama media, y no solo eso, sino que encima prometió que ese éxito duraría por lo menos siete semanas, lo cual posicionaría el queso nuevo de cara al próximo periodo de ocio vacacional. A cambio, Hámster le garantizó a Mona que Llewellyn la recompensaría con el cargo de Supervisora Regional del Noroeste, de tal manera que Mona pudiera instalarse en Seattle, comprarse un apartamento, encontrar pareja y montar por fin una familia que contrapesara su carrera. Y lo que era más importante: para que Mona nunca más se viera obligada a ofrecer su cuello para que se lo olisqueara otro estúpido Alce. Ni tuviera que sonreírle encantadoramente a aquel Chacal del Safeway que no paraba de dar media vuelta y volver una y otra vez para zamparse sus galletas.
En aquellos tiempos remotos, antes de conocer el sabor amargo del fracaso, Mona se plantó detrás de otra mesa plegable, esta vez en un supermercado de Orlando. Mona sonrió por encima del bosque enorme de palillos, que tenía pinta de cama king-size de clavos de madera. Mona sonrió y sonrió y vio que Oso Pardo la estaba mirando a los ojos. Y al verlo se dijo a sí misma: «¡Seattle, prepárate que vengo!». Pero Oso Pardo, que estaba cruzando el supermercado, se paró de golpe. Olisqueó el aire, levantó primero una rodilla y después otra y por fin se miró las suelas de los zapatos en busca de rastros de animales. Agachó subrepticiamente la cabeza y se olió los sobacos. Solo entonces la mirada de Oso Pardo regresó a Mona; pero ya no estaba sonriendo, y tampoco se aventuró a seguir acercándose. Pareció que una expresión de asco le torcía los labios y al cabo de un momento salió de escena. Después Mona intentó usar la trampa de su sonrisa para atraer a Lobo, pero Lobo solo se aventuró a acercarse hasta cierto punto antes de que se le dilataran los orificios nasales. Entonces abrió como platos los ojos grises con expresión de horror y puso pies en polvorosa. De la misma manera, Águila pareció atraída por los encantos de Mona, pero no había terminado de descender del todo cuando soltó un graznido estrangulado y sus alas doradas se batieron en retirada por el aire del supermercado.
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Relatos de Chuck Palahniuk
Truyện NgắnUna colección de relatos publicados por el autor norteamericano Chuck Palahniuk, mas conocido por su primera novela, EL CLUB DE LA LUCHA, y por su relato (que hizo desmayarse a mas de una persona) TRIPAS. Encontrarás historias que te gustarán, que t...