INCLINACIONES

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Había una chica. Se llamaba Mindy. Mindy Evelyn Taylor-Jackson. El mismo nombre que un secretario de juzgados terminaría leyendo para que constara en acta. Porque todo lo que viene a continuación concluirá en los tribunales. No es para arruinar la intriga, pero terminará imponiéndose la justicia.

Hay mucho por explicar, pero lo primero que necesitáis saber es que Mindy se quedó preñada. Y con trece años, nada menos. Lo que ella quería era un puesto en el equipo de animadoras y una carrera de asistente jurídica y un Porsche 911 Carrera 4S Cabriolet en color obsidiana n.º 2 con el interior de cuero de Stuttgart Edición Especial. Lo último que Mindy quería era un bebé. Pero sus padres no lo veían igual que ella. Eran cristianos renacidos y antiabortistas. La vida empieza en la concepción, le dijeron. Pese a todo, al final tuvieron que prometerle que si llegaba al final del embarazo y daba el bebé en adopción le comprarían el Porsche.

Al principio solo la dejaban conducir el Porsche fuera de horas en el enorme aparcamiento de su iglesia. Mindy dibujaba círculos y ochos humeantes de goma quemada de neumático en el suelo como un animal enjaulado. Por aquí, por entonces, no se veían muchos Porsches. Eran como la Seguridad Social o como ir al Cielo. Los adultos te decían que trabajaras mucho y que no te metieras en líos. Y ya te llegaría tu turno.

Sus padres la habían querido instruir sobre la belleza y la santidad de la vida. Pero Mindy aprendió algo distinto. Antes de cumplir dieciséis años ya tenía tres Porsches. Tres Porsches y las tetas más grandes de la clase de primer año. Y sin estrías. Eran algunas de las ventajas de empezar temprano. Lo que se rumoreaba era que se llevaba una comisión del concesionario Porsche de Saint Cloud. Y Radio Macuto decía también que hacía poco que había vuelto al ginecólogo, y si a sus padres les llegaba el dinero —y si su cuello uterino aguantaba—, la gente decía que Mindy Taylor-Jackson esperaba dos Porsches gemelos. Eso significaba que tendría cinco coches antes de graduarse del instituto.

Lo que pasó a continuación fue que Kevin Clayton vio a Mindy al volante de su coche de 400 caballos, conduciendo sobre ruedas cromadas de lujo con radios de metal. Así pues, para su dieciséis cumpleaños Kevin Clayton pidió una suscripción a la revista Elle Decor. En septiembre se pidió un jerbo. Al cabo de unos días, cuando el animal desapareció, pidió otro. Para el Baile de Bienvenida ya iba por el cuarto jerbo. Para Halloween, por el sexto. En la lista de la compra de su madre, que estaba sujeta con un imán a la puerta de la nevera, escribió: «Necesitamos más vaselina». Había limpiado con unos kleenex el bote en el cuarto de baño y había tirado por el retrete la mayor parte de su grasiento contenido.

Cuando su madre le compró más, él vio que había trazado una línea en el costado del frasco con rotulador permanente negro. Era para registrar el nivel, igual que la gente marcaba las botellas de vodka y ginebra del mueble bar. Kevin extrajo con una cuchara parte de la vaselina del bote y la tiró por el retrete. Luego se fue a su dormitorio y abrió la jaula del jerbo. Metió la mano dentro y cogió la bolita peluda por la cola.

Alguien llamó a la puerta del dormitorio. Kevin sostuvo en alto a su jerbo más reciente. Desde el pasillo, su padre le dijo:

—Tenemos que hablar, jovencito.

Kevin llevó el jerbo hasta la ventana. Abrió la hoja de guillotina y bajó con cuidado al pequeño roedor hasta dejarlo a un palmo o dos del suelo.

—Voy a entrar —dijo el señor Clayton.

Se oyó un ruido de llaves. Kevin dejó caer al jerbo y lo vio alejarse correteando. Era otoño. La vegetación se preparaba para el invierno. Todo era comida. Cerró la ventana, se dejó caer en la cama y abrió el último número de Elle Decor en el mismo momento en que su padre entraba por la puerta. El primer sitio que su padre miró fue la jaula vacía.

Relatos de Chuck PalahniukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora