Capitulo 37|conexión

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Chiara Oliver.

El sol comenzaba a filtrarse por la ventana, tiñendo la habitación con suaves tonos dorados que anunciaban un nuevo día. Mientras mi cuerpo luchaba por desprenderse del sueño, mis ojos se abrían lentamente, aún sumidos en la calma de la mañana. Pero en ese momento, la primera imagen que capturaron mis ojos fue la de ella. Violeta. Aún con el sueño en mis pupilas, su presencia me arrancaba una sonrisa. Allí estaba, como un sueño hecho realidad, tan cerca y, al mismo tiempo, tan etérea. La contemplación de su belleza me hizo olvidar por completo el cansancio o las inquietudes del día anterior.

Me froté los ojos, como si al hacerlo pudiera despertar aún más de aquel estado de somnolencia, pero en lugar de eso, me di cuenta de lo afortunada que era por simplemente tenerla cerca. A pesar de que durante la noche se había apartado de mis brazos, la imagen de su rostro, sereno y envuelto en la luz suave de la mañana, hacía que todo eso se desvaneciera como si nunca hubiera sido importante. En mi mente, aunque deseaba tenerla siempre entre mis brazos, la perspectiva de verla allí, tranquila, a su manera, me llenaba de una paz que no necesitaba más que eso. Su presencia lo justificaba todo.

A veces me cuesta encontrar las palabras adecuadas para describirla, porque lo que siento por ella va más allá de lo que cualquier adjetivo o expresión puede abarcar. Violeta no es solo una mujer hermosa en el sentido convencional, es mucho más que eso. Su belleza no solo se refleja en sus rasgos, sino en la manera en que ilumina todo a su alrededor, en cómo su risa tiene el poder de transformar el ambiente más gris. A cada momento que pasa a su lado, me doy cuenta de lo afortunada que soy por haberla encontrado, por poder compartir la vida con alguien tan extraordinaria como ella.

Violeta es Violeta. Y esa singularidad, esa esencia que lleva consigo, es lo que la hace única, irreemplazable. No puedo explicar lo que siento al verla, porque ninguna expresión parece justa para la magnitud de lo que representa en mi vida. Al mirarla, siento que lo tengo todo, incluso si la mañana solo es un recordatorio efímero de lo que significa despertar a su lado.

La vista de su rostro, sereno y dulce, me lo compensaba todo. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, desearía que cada amanecer pudiéramos permanecer juntas, abrazadas, sin separarnos.

Cuando comenzó a moverse, frotándose los ojos y estirándose de manera perezosa, no pude evitar sonreír. Era una visión encantadora, como si el simple hecho de verla despertar me llenara de energía. Y cuando finalmente me vio, su sonrisa iluminó toda la habitación, esa sonrisa tan suya, tan única. Se acercó a mí, con una familiaridad que solo el amor puede construir, y me dio uno de esos besos que nunca dejaré de querer: el beso de buenos días. Es en esos pequeños momentos donde encuentro la certeza de que esto es real. Todo lo que compartimos, cada segundo que paso a su lado, es algo tangible, algo que no necesito cuestionar. Es real. Y lo más maravilloso es que, aunque es solo el comienzo, sé que cada día, cada amanecer, será tan real como el anterior.

—Buenos días, mi gordita linda. ¿Qué hacías mirándome?—dijo, con una sonrisa traviesa, mientras continuaba llenándome de besos por la cara.

—Buenos días, amor—respondí, sintiéndome un poco avergonzada por haberla estado mirando tan intensamente—. No me hagas ponerme nerviosa. Sabes que podría estar observándote todo un día.

Ella sonrió aún más y puso su cabeza en mi pecho, como si no hubiera nada más en este mundo que ese momento. La sentí cerca, tranquila, y eso me dio una paz indescriptible.

—¿Sabes que podría acostumbrarme a esto todos los días de mi vida?—dije, con un tono suave, casi como un susurro, mientras acariciaba su cabello. Mis palabras salieron espontáneamente, reflejando todo lo que sentía en ese instante.

Más que una segunda oportunidad//kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora