Capitulo 23|Fiebre

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Chiara Oliver

Mientras estaba con el termómetro, empecé a revisar mi celular y vi todos los mensajes que tenía de Violeta, y también algunos de Ruslana preguntando cómo me sentía. Sin embargo, decidí ignorarla porque no quería admitir que me sentía peor. La conozco y sé cómo se pone cuando se trata de mi salud. No soy despreocupada, pero no me gusta ir a los médicos ni a los hospitales, de hecho, los odio.

Me quedé dormida esperando a Violeta, que ya estaba tardando. Estaba muy feliz de que hubiera venido a verme y, mejor aún, a cuidarme. La verdad es que cada vez me sentía peor, pero no quería decírselo porque no quería preocuparla, ni mucho menos que empezara a insistir en que había que ir al médico y todas esas cosas.

Luego de unos minutos, empecé a sentir la voz de Violeta, mientras que a la vez me sacudía suavemente.

—Kiki, despierta. Te traje comida—. Empecé a frotarme los ojos y vi que me había traído arroz con pollo y, de postre, un helado de frutilla. Sonreí porque, de todas las veces que hemos conversado, le había dicho que mi helado favorito era ese.

Pero me amargué de inmediato al ver que había dos medicinas al lado.

—¿Qué? ¿No te gusta lo que te he traído?—dijo preocupada.

—Nooo, me encanta. Muchas gracias, Vio—. Le acaricié la mano.

—Entonces, Kiki, ¿por qué pusiste esa cara de amargada?—preguntó.

—Odio las pastillas, Violeta

—Mira, qué mala suerte, porque te las vas a tomar sí o sí después de comer—. Le hice una mueca de disgusto.

—¿Y tú? Ya comiste? —pregunté

—Sí, ya comí en el trabajo. Ahora deja de hablar y come, Kiki. Son las 5 de la tarde y tu estómago no tiene absolutamente nada —dijo con tono mandon.

—Ya, mamá —respondí, y ella se rió.

Mientras comía, vi cómo Violeta cogió el termómetro y frunció el ceño.

—Kiki, ¿te pusiste el termómetro o no? No hay nada marcando aquí

—Sí, me lo puse, pero no lo vi. Me quedé dormida y me lo saqué inconscientemente, supongo que de tanto tiempo que paso, dejó de marcar —expliqué.

—Póntelo de nuevo mientras comes —ordenó.

Finalmente, después de unos 5 minutos, Violeta dejó su helado en el mueble de al lado y me sacó el termómetro.

—Kiki, tienes casi 39 —dijo Violeta, tocando mi frente con una cara de preocupación.

—Puedo?— preguntó, haciendo el amago de levantarme la polera para tocar mi estómago.

Yo asentí.

—Chiara, estás hirviendo. Tómate las pastillas y voy a por unos paños helados para evitar que suba —instruyó.

—En el baño, hay un mueble abajo. Ahí hay toallas —le indiqué.

Y volvió a pasar... No es que tuviera un trauma profundo relacionado con las pastillas, pero cada vez que debía tomarme una, sentía una oleada de emociones encontradas. Me invadían ganas de llorar al recordar lo que había sucedido en el pasado con las pastillas.

Después de aquel episodio, podía tomar pastillas sin problemas aparentes, pero el proceso de verlas y tomármelas, siempre estaba acompañado de una reacción emocional intensa. Me quedaba con un nudo en la garganta que me dificultaba tragar y una sensación de amargura en mi pecho que me pesaba.

Más que una segunda oportunidad//kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora