Re-Cap18

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La sala de audiencias temblaba bajo la intensidad del enfrentamiento. Kuro y Guilliman se enfrentaban en una batalla titánica que parecía desafiar el tiempo mismo. El aire se cargaba con la tensión de dos fuerzas antagónicas chocando, una encarnación de la furia desatada y la fría determinación.

Kuro, completamente consumido por su locura, no era el mismo ser que había llegado con intenciones de alianza. Su cuerpo estaba marcado por el combate, su kagune quimérico se retorcía y desbordaba de furia. Los tentáculos rinkaku y bicaku se alargaban y cortaban con precisión mortal, desgarrando el aire y abriendo grietas en el suelo con cada movimiento. Su velocidad era un torrente, casi imposible de seguir para cualquiera que no tuviera los reflejos de Guilliman.

Guilliman, con su armadura imponente y el resplandor de siglos de experiencia, se mantenía firme. Cada uno de sus movimientos, aunque preciso, era calculado con la sabiduría de un líder que había enfrentado las fuerzas más oscuras y malignas del universo. Sus golpes eran como trueno en medio de la tormenta, pero Kuro, moviéndose con la rapidez de una bestia, parecía siempre escapar del impacto fatal.

El choque de sus fuerzas reverberaba por toda la sala. Los golpes de Kuro sacudían las paredes de la cámara, mientras los tentáculos de su kagune se estrellaban contra la armadura de Guilliman, dejando marcas profundas. Cada golpe de Guilliman era un intento de atajar el torrente de violencia, pero Kuro siempre lograba esquivarlo o bloquearlo con una agilidad sobrenatural.

El sonido de metal contra carne, el crujido de las armas chocando y el rugir de los combatientes llenaban la sala, creando una atmósfera sobrecogedora, como si el mismísimo Imperio estuviera a punto de quebrarse bajo el peso de esta batalla. Chispas volaban por doquier, fragmentos de ceramita y adamantium despedidos al ser golpeados por los impactos de los poderosos ataques.

A medida que pasaba el tiempo, Kuro se volvía más salvaje. Su locura parecía alimentar su fuerza. Cada golpe, cada ataque que bloqueaba o esquivaba lo hacía más imparable. Su rostro, marcado por la furia y la desesperación, era un reflejo del tormento interno que sufría, una persona que había cruzado la línea entre la humanidad y la bestialidad. Su deseo de venganza lo empujaba más allá de sus propios límites, y las llamas disformes de su poder parecían avivarse con cada acción.

Guilliman, aunque igualmente potente, comenzaba a mostrar señales de agotamiento. Las horas de combate interminable estaban pasando factura. Su armadura se desgastaba con cada golpe, los impactos de Kuro comenzaban a desgastar su resistencia. A pesar de su titánica fuerza, el desgaste físico estaba empezando a hacer mella en su capacidad de mantener el ritmo.

Finalmente, en una fracción de segundo, Kuro encontró su oportunidad. Guilliman, agotado por el constante asedio, dejó una brecha en su defensa. En un movimiento furioso, Kuro lanzó uno de sus tentáculos, atravesando la armadura de Guilliman con una facilidad escalofriante, antes de arrastrarlo al suelo con una fuerza abrumadora.

Guilliman cayó con un rugido de esfuerzo, su cuerpo aplastado bajo el peso del golpe, su armadura dañada y su espada caída a su lado. Kuro, con los ojos desorbitados por la furia, se preparaba para despedazar a su enemigo mientras la sala se llenaba de un silencio mortal. Todo estaba por decidirse en ese preciso instante.

Pero Guilliman, aún con su cuerpo derribado, mostró una resistencia inhumana. En un grito de pura determinación, el Primarca se levantó, su voluntad más fuerte que el dolor. El peso de los siglos, la sabiduría de un líder de la humanidad, hizo que las últimas reservas de energía fluyeran a través de su ser.

Con una fuerza inhumana, Guilliman se levantó, el eco de su grito resonando en la sala, mientras su espada se alzaba con una determinación renovada. Su mirada, intensa y llena de propósito, miraba a Kuro con la misma intensidad con la que había enfrentado a los peores horrores del universo. No iba a dejar que el caos se apoderara de él.

Kuro, por un momento, titubeó. La mirada de Guilliman, aunque agotada, estaba llena de una determinación que lo detuvo en seco. El conflicto no solo era físico, sino algo mucho más profundo: una lucha por la alma misma, por el derecho de ser lo que uno había elegido ser.

Los dos combatientes, ahora desgarrados, se enfrentaron en un último asalto. Guilliman, herido pero imparable, intentó un golpe letal, pero Kuro, en su frenesí, desató su último ataque: un despliegue masivo de tentáculos y magia disforme, lanzándose con la furia de un desespero absoluto. La sala retumbó con el choque de sus poderes, y el aire se llenó de energía desbordante.

Los dos luchaban no solo por la supervivencia, sino por lo que representaban. Guilliman, el último defensor del Imperio, y Kuro, un hombre que ya no sabía si quería salvarse a sí mismo o destruirlo todo.

El tiempo parecía detenerse en ese momento, pero solo uno podía salir de ese duelo.


Un ghoul en Warhammer 40000Donde viven las historias. Descúbrelo ahora