El árido paisaje del desolado planeta retumbaba con el estruendo de la batalla mientras Kuro y Adamas avanzaban hacia los restos de la magia disforme. El aire estaba denso, cargado con una energía que parecía palparse, como si el propio terreno estuviera impregnado de una maldad ancestral. Los pasos de ambos resonaban sobre el suelo rocoso, y cada segundo que pasaba, la inquietud de Kuro crecía. Su instinto le decía que algo aún más siniestro acechaba en las sombras.
De repente, el sonido de disparos y el choque de espadas cortaron el aire, retumbando con fuerza y alcanzando sus oídos. Kuro detuvo su paso, y Adamas hizo lo mismo, ambos tensos, analizando la situación con rapidez.
—Algo está sucediendo cerca —dijo Adamas, entrecerrando los ojos mientras se agachaba ligeramente—. ¡Tenemos que investigar!
Kuro asintió sin dudar, aunque una parte de él sentía que algo no estaba bien. El sonido de la batalla crecía en intensidad, una confrontación violenta que prometía ser más que un simple encuentro entre facciones. Con cautela, ambos se acercaron, escondiéndose entre las rocas y la maleza, hasta que finalmente presenciaron una escena macabra que hizo que el estómago de Kuro se revolviera.
Frente a ellos, el caos se desplegaba en su forma más pura: los Marines del Caos, con sus armaduras retorcidas y los símbolos blasfemos de sus dioses infernales brillando bajo la luz del sol desmoronado, se enfrentaban a las Adeptas Sororitas. Las guerreras del Emperador luchaban con el fervor y la determinación que solo una verdadera creyente podría poseer, pero la diferencia de poder era demasiado grande. La batalla era brutal, un choque de fuerzas inquebrantables, y las Adeptas Sororitas caían una tras otra bajo la embestida de los Marines del Caos.
Adamas, viendo la masacre, apretó los dientes con rabia.
—¡Kuro, tenemos que ayudar a esas Adeptas Sororitas! —exclamó, su tono grave y urgente.
Kuro miró a Adamas, su mente calculadora tomando decisiones rápidamente. Sin pensarlo más, asintió, y en un parpadeo, su kagune emergió de su espalda, rompiendo la calma que los rodeaba con una furia imparable. Los tentáculos de su kagune, ahora de un ardiente color rojo y naranja como llamas vivas, se desplegaron como serpientes de fuego, danzando y retorciéndose con una rapidez mortal.
El primer Marine del Caos que se cruzó en su camino fue destrozado en un abrir y cerrar de ojos. Kuro se movió con una agilidad que rozaba lo sobrenatural, sus tentáculos perforando armaduras y carne en un festín de violencia. Cada movimiento era una coreografía de destrucción, y los Marines del Caos caían ante él como hojas arrasadas por el viento.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y el poder que su conexión con la disformidad le otorgaba, las Adeptas Sororitas no lograron resistir el embate del Caos. Las guerreras del Emperador luchaban con fiereza, pero la superioridad numérica y el poder destructivo de los Marines del Caos eran abrumadores. Una tras otra, las Adeptas caían bajo los disparos y los golpes de los enemigos.
Kuro, sin embargo, continuó con su salvaje combate, sintiendo cómo la oscuridad de la disformidad se infiltraba más y más en su ser. El poder de la disformidad, alimentado por la sangre derramada en el campo de batalla, comenzaba a consumirlo lentamente.
Finalmente, solo quedaba una de las Adeptas Sororitas, yaciendo en el suelo, herida gravemente, con su armadura marcada por las huellas del combate y la desesperación. Kuro y Adamas se acercaron rápidamente.
—Hermana, estamos aquí para ayudarte. ¿Puedes levantarte? —preguntó Adamas, su tono lleno de urgencia, mientras trataba de examinar la herida de la guerrera.
La Adeptas Sororitas levantó la cabeza con dificultad, su rostro marcado por el dolor, pero también por una feroz determinación.
—El Caos... se llevó a mis hermanas... —dijo, su voz entrecortada, casi inaudible, mientras las lágrimas se mezclaban con la sangre que manchaba su rostro—. Gracias por... salvarme...
Kuro observó a la guerrera herida, la fragilidad de su humanidad contrastando con la brutalidad de lo que acababa de presenciar. No importaba cuán valientes fueran las Adeptas Sororitas, no importaba cuánto lucharan, la marea de la guerra siempre parecía tragarse incluso a los más fuertes.
Adamas, con un gesto de compasión y pragmatismo, ayudó a la Adeptas Sororitas a levantarse. La guerrera se apoyó en él, tambaleante, mientras Kuro la observaba en silencio. El sonido de la batalla seguía resonando en sus oídos, un eco lejano que le recordaba el precio que debían pagar por sobrevivir en un universo tan despiadado.
—Vamos, debemos regresar al campamento. No tenemos mucho tiempo —dijo Adamas, su mirada fija y decidida.
Con la última superviviente de la matanza a su lado, Kuro y Adamas comenzaron su marcha hacia el campamento, conscientes de que la batalla aún no había terminado, y que las fuerzas del Caos seguirían acechando a cada paso que daban.
Kuro, por dentro, sentía que algo había cambiado en él. Su conexión con la disformidad, alimentada por la carne de los enemigos caídos, se había intensificado. La energía oscura recorría su cuerpo, volviéndolo más fuerte, más rápido. Pero también más peligroso. Un susurro en su mente le decía que no debía dejar que ese poder lo corrompiera, pero su hambre por comprender más, por controlar más, crecía con cada paso que daba.
—Mi conexión con la disformidad se ha fortalecido —pensó, mirando sus manos, que temblaban ligeramente—. Debo ser cauteloso con este nuevo poder. No sé hasta dónde podría llegar.
Pero en su corazón, Kuro sabía que estaba en el borde de un abismo. Y, sin embargo, no había vuelta atrás.
Mientras caminaban, el eco de la violencia, el rugir de la disformidad y las sombras del Caos se alzaban a su alrededor, recordándoles que el precio del poder era alto, y que los horrores del universo nunca dejaban de acechar.
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Un ghoul en Warhammer 40000
FanficNuestro Kuro sera transportado de manera espontanea al universo de warhammer 40000 lo que no se podía esperar es que el es perfecto para este lugar