RE-cap16

1 0 0
                                    

El disparo resonó con un eco sordo en la sala de audiencias, seguido de un grito ahogado que se apagó rápidamente. Celestine cayó al suelo con un ruido seco, su cuerpo protegido de Kuro, pero herido de gravedad. La sangre se derramaba desde su herida, manchando el suelo de mármol, pero lo que más desarmaba a Kuro era la imagen de su compañera y amiga cayendo ante él, sacrificando su vida para salvarlo.

Kuro no reaccionó de inmediato. El shock lo paralizó por un instante. Celestine, tan fuerte y segura, estaba ahora tendida en el suelo, la vida desvaneciéndose de su rostro. El dolor de perderla lo atravesó como una espada. Sentía como si le arrancaran algo vital de su ser, como si todo su mundo estuviera desmoronándose en ese preciso momento. La furia que recorría su cuerpo era pura agonía.

El Inquisidor, su rostro marcado por una sonrisa retorcida, mantenía el arma en alto, disfrutando del sufrimiento que había causado. No había arrepentimiento en su mirada. Solo una satisfacción cruel y venenosa.

Guilliman se levantó de su asiento, pero su voz de autoridad fue ahogada por el rugido de Kuro. El dolor de ver a Celestine herida se transformó rápidamente en ira pura. Un grito desgarrador salió de sus labios, uno que resonó como el rugido de una bestia furiosa.

Los tentáculos de su kagune se desplegaron, una visión monstruosa de fusión de rinkaku y bicaku, como un torbellino de carne y hueso retorcida. Su kagune era una aberración viva, grotesca y llena de furia. Rápidamente, los tentáculos largos y afilados de su kagune se lanzaron hacia el Inquisidor. Sus garras desgarraron el aire y atravesaron la carne y la armadura del enemigo sin esfuerzo, rasgando su cuerpo en pedazos.

El kagune de Kuro no solo cortaba, sino que devoraba. Los tentáculos afilados se cerraron alrededor de los restos del Inquisidor, desgarrando su carne y desintegrando su cuerpo en una marea de sangre y vísceras. Con cada movimiento, Kuro consumia a sus oponentes, no solo desgarrando sus cuerpos, sino devorando su esencia, como si el propio dolor que sentía fuera transferido a su cuerpo, destrozando todo a su paso.

El kagune quimérico de Kuro era letal en cada movimiento, las extremidades afiladas y ágiles se alzaban y caían, como espadas largas, cortando las líneas de defensa de los Ultramarines que intentaban enfrentarse a él. Los tentáculos atravesaban el aire con una precisión mortal, rasgando las armaduras de ceramita, desgarrando huesos, y dejando cadáveres desmembrados a su paso.

Pero todo esto sucedía mientras Kuro seguía mirando a Celestine, su cuerpo caído e inerte en el suelo. Un dolor profundo lo devoraba, el dolor de perderla, de que su sacrificio hubiera sido en vano. Su rabia no era solo venganza, sino una reacción desesperada a su impotencia, a la pérdida de alguien que había significado todo para él. Su corazón se rompía mientras su cuerpo desataba una carnicería, sin poder detenerse. Cada golpe de su kagune lo acercaba más a la desesperación, porque sabía que ya no podía salvarla.

En medio de la masacre, Adamas reaccionó rápidamente. El caos que se desataba a su alrededor no le importaba. Lo único que veía era a Celestine, caída y moribunda. Rápidamente se acercó a ella, levantándola en sus brazos con una rapidez inhumana. No había tiempo que perder. Kuro estaba en pleno furor, y Adamas sabía que no podía dejarlo solo, pero la vida de Celestine era ahora la prioridad.

La sangre de Celestine se derramaba por las ropas de Adamas mientras corría hacia la nave. Cada paso que daba era una carga pesada, pero Adamas no se detenía. Celestine había sido más que una aliada; era una amiga, una guerrera que había arriesgado su vida por él y por Kuro. La veía morir entre sus brazos, y aunque su fuerza le permitía seguir adelante, un dolor profundo lo atravesaba.

Mientras tanto, en la sala de audiencias, la violencia continuaba. Los Ultramarines caían bajo el peso del ataque descontrolado de Kuro, cuya furia no tenía fin. Las llamas disformes y las extremidades de su kagune arrasaban con todo. Cada tentáculo que se levantaba, y cada movimiento que realizaba, se sentía como si el mismo infierno estuviera desatado. Pero incluso en medio de la matanza, Kuro sentía como si un vacío gigantesco lo estuviera consumiendo, una sensación de que todo se desmoronaba alrededor de él. El único eco en su mente era el rostro de Celestine, caída ante él.

Adamas subió a la nave, depositando a Celestine cuidadosamente en una camilla, su rostro lleno de angustia mientras veía su vitalidad desvanecerse. El estruendo de la batalla quedaba atrás, pero el peso de la pérdida seguía presente. La nave despegó con rapidez, llevándose a Adamas y Celestine lejos de la pesadilla que se desataba en el palacio.

Mientras tanto, Kuro seguía desatando su furia ciega, el dolor por la pérdida de Celestine ya convertido en un monstruo que lo consumía desde dentro. No había espacio para nada más. Solo existía la destrucción, y él estaba dispuesto a arrasar con todo lo que quedaba de su mundo.

Pero en lo más profundo de su ser, Kuro sabía que no quedaba mucho por hacer. Había cruzado una línea, y ahora solo quedaba enfrentar las consecuencias de su dolor y su rabia desbordada. Su alma destrozada vagaba entre las llamas y la muerte que había dejado atrás.


Un ghoul en Warhammer 40000Donde viven las historias. Descúbrelo ahora