Capítulo 23 | Confianza

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Merida

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Merida

Sorpresivamente mi estancia en Berk se hacía cada vez más tranquila; al final acepté el amor maternal de Valka. Pasaba mucho tiempo con ella, hablaba conmigo, me enseñó a coser; lo cual molestaría a Rapunzel porque jamás aprendí de ella, cocinábamos y entrenábamos juntas. Fue de lo mejor. Eret se convirtió en un amigo, empezó a "vigilarme" todos los días, esa amistad dio paso a más y era reconfortante. Aprendí de armas y dragones de Berk, además de conocer todo el lugar por completo.

Diario veía a los pequeños niños de la ultima vez, ellos estaban en una especie de academia de entrenamiento para pequeños vikingos, ya que aún no sabían que tipo de dragones serían, eran muy jóvenes. Esos niños me enamoraron, eran lo que alegraba cada uno de mis días; me ayudaba a ignorar mi dolor del cuerpo y la incontinencia de mis poderes. La marca de Hipo me estaba afectando más de lo que creía, el tener esos brazaletes que suprimían la mayoría de mis poderes no ayudaban y más allá de los momentos buenos, seguía en Berk, seguía en el mundo mágico y moría.

Una mañana en particular había mucho movimiento. Salí de la cabaña, fue de los primeros días que Hipo y Jack se habían ido, Eret no estaba en la entrada no había mucha gente en realidad.

- Buen día, Merida. -

- Buen día ¿Qué... que está pasando, Bocón? -

- Bueno, parece que hay varios enfermos. Nada grave, no una plaga, pero están tratándolo. -

- ¿Una gripe? -

- Gothi dice que no es nada contagioso, lo cual nos alarma ¿Entonces por qué tantos niños? Ya son varios y... -

- ¿Niños? -

- Sí, no sé mucho. Caen dormidos y no despiertan. -

Eso fue demasiado preocupante y demasiado raro.

- ¿Y quienes...? -

- ¡Merida! -

Eret llegó.

- Lo lamento, se cruzó algo. Vamos a desayunar. -

- Eso suena bien. Yo voy con ustedes. -

No quise decir nada, sí tenía hambre. Cuando llegamos al comedor el jefe Estoico estaba ahí, hablaba con varios vikingos, parecían preocupados, nos acercamos lo suficiente para escuchar que eran los padres de los niños dormidos. Unos voltearon a verme cuando ingresamos y antes de cerrar la puerta escuché cómo me culpaban, como si el ser bruja trajera mala suerte.

Nos sentamos y Eret fue el primero en tratar de consolarme.

- No los escuches. Están desesperados. -

- Sabiendo que sus hijos están mal no los culpo. Además, que no me sorprende, siempre soy yo la señalada. -

- Bueno, si me permiten... -

Sangre MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora