No termino (+18) Minjoong

Cap. 35

Mientras Hong se alejaba, el frío se intensificaba a su alrededor; la chamarra que había olvidado en el club se convirtió en un símbolo de su descuido y desesperación. Dentro estaban su cartera y su celular, pero nada de eso importaba ahora, todo era insignificante comparado con el abismo que se abría entre ellos.

Hong caminó durante media hora, la nieve había comenzado a caer fuertemente, cubriendo todo a su paso, no tenía dinero para tomar un taxi ni cómo llamar a alguno de los chicos; aún le faltaba bastante camino por recorrer. Ya pasaba de la medianoche y se abrazaba a sí mismo, con la mirada perdida en el suelo, sintiendo el cansancio golpearlo con cada paso.

De repente, escuchó el claxon de un auto detrás de él. —¡Hong! ¡Hong! —Su corazón dio un vuelco al girarse y encontrar a San y Woo en la camioneta de Yeosang. Woo bajó rápidamente y al acercarse a Hong, su rostro se tornó serio, se quitó la chamarra y se la puso a Hong. —¿Dónde estuviste? Cuando regresamos a la mesa, Jayb intentaba llamarte, pero habías dejado tu teléfono, esperamos algunos minutos a que regresaras, pero ya no volviste; fue cuando empezamos a alarmarnos. ¿Lo viste verdad? —preguntó de nuevo, y Hong solo asintió, sintiendo cómo la tristeza lo invadía una vez más. Woo lo abrazó con fuerza. —Vamos a casa, ¿quieres? —mencionó mientras llevaba a Hong al auto.

Lo subió en la parte trasera y prendió la calefacción, tratando de infundirle algo de calor a su cuerpo helado. Lo vio desde el retrovisor y notó que Hong se veía destrozado, ya no lloraba, pero su mirada lo decía todo

Llegaron a casa de Woo, y Hong no pronunciaba ninguna palabra. San lo bajó del auto. —Iré a devolver la camioneta, quédate con él, ¿sí? —mencionó Woo.

San lo llevó dentro y lo metió en el cuarto de Woo. —Acuéstate, iré a hacerte algo caliente —mencionó San saliendo de la habitación.

Hong se dejó caer en la cama, sintiendo cómo el colchón lo absorbía, como si intentara consolarlo. La habitación estaba en silencio, pero su mente era un torbellino de recuerdos y dolor. Las risas de sus amigos en el club, la mirada desesperada de Mingi, y la sensación de pérdida que lo invadía, todo se entrelazaba en una maraña de emociones que lo estrujaba el corazón.

No podía dejar de pensar en lo que había sucedido esa noche. ¿Cómo había llegado a este punto? La traición, el desamor, la confusión... Todo se acumulaba como una pesada losa sobre su pecho. Cerró los ojos, pero las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo.

No quería llorar más, pero el dolor era demasiado grande, y cada sollozo que escapaba de su boca era como un recordatorio de lo que había perdido.

San regresó poco después, trayendo consigo una taza humeante de chocolate caliente. —Aquí tienes —dijo, tratando de sonreír, pero la preocupación en su rostro era evidente. Se sentó a su lado, observando a Hong con una mezcla de compasión y tristeza —¿Estás bien? —preguntó, su voz suave, como si temiera romper el frágil silencio que los envolvía.

—No —respondió Hong con sinceridad, su voz temblando—. No estoy bien.

San lo miró con comprensión, y Hong sintió que el nudo en su garganta se aflojaba un poco. —No tienes que hablar de ello si no quieres —dijo San, pero Hong sabía que necesitaba desahogarse.

—No sé qué hacer —susurró, sintiéndose pequeño y perdido—. Mingi... él se fue y no sé si puedo perdonarlo.

San colocó una mano en su hombro, brindándole el apoyo que tanto necesitaba. —A veces, las personas cometen errores, pero eso no significa que no te quieran.

—¿Quieres decir que él me ama? —preguntó Hong, la incredulidad en su voz.

—Creo que sí —respondió San—. Pero el amor no siempre es suficiente. A veces, las decisiones que tomamos nos llevan por caminos que no queremos recorrer.