CAPÍTULO 51

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"Así estamos, cada uno en su orilla, sin odiarnos, sin amarnos, ajenos"

Mario Benedetti.

Lykos.


No hay nada oculto bajo el sol.

Cuando Calypso sale, saco el móvil de mi bolsillo para llamar a la Hacienda. Nadie contesta. Llamo al teléfono fijo de la casa nada, y lo mismo sucede con el móvil del doctor Pascua.

Me tienen que explicar cómo es que está aquí el señor Jean Mari. Se supone que estaría en la Hacienda esperando por nosotros, que íbamos a ir por él mañana, no debería estar fuera de su habitación, y menos aquí en Toronto con mi padre como si fueran los mejores amigos del mundo.

Tiro el aparato al suelo haciéndolo añicos cuando nadie me coge las putas llamadas. Me dejo caer sobre el sofá furioso.

Siento una mano sobre mi hombro y me giro para encontrar la mirada desconfiada de la señora Rhea sobre mí.

-Me ha dicho tu padre que lo tenías escondido en la Hacienda de vuestra familia a las afueras de la cuidad.

Debió intuirlo, debió ser más cuidadoso cuando supe que mi padre empezaba a sospechar.

-Lo único que he hecho desde que lo encontré en la calle golpeado a muerte, fue llevarlo conmigo para salvarlo. Ese día lo vi tirado en la carretera, herido, desangrándose. No lo reconocí de inmediato, lo hice al verle la cara cuando mi ama de casa ya le había limpiado el rostro lleno de sangre -me sincero, y ella me escucha atenta-. Mi intención nunca fue lastimar a su hija, ni siquiera sabía que era su padre hasta que lo dijo en la fiesta de los premios.

-¿Por qué no se lo dijiste cuando te enteraste que ella creía que su padre había fallecido? -se siente a mi lado.

-Ya era tarde. Jean Mari estaba en coma, y temía que no me creerá cuando se lo cuente. -hablo con la vista perdida.

-Y ahora lo hará menos, hijo. Yo sé que ames a mi hija, que actuaste de la forma en la que hiciste porque pensabas hacer lo correcto, pero Calypso es muy difícil y no podrá entenderlo de esta forma.

Lo sé y es lo que me atemorice. Que por este malentendido termina nuestra relación. Y yo sé que aunque le duela, ella es capaz de ponerle final a lo que tenemos, sacrificar su felicidad por su orgullo. Me ha repetido mil veces que odia las mentiras. Cuando se sinceró conmigo contándome sobre su plan de venganza contra mi familia, nos prometimos cero secreto, y yo le estaba guardando uno enorme. Por más que me duela la situación, tendré que aceptar su decisión, pero antes ella tendrá que escucharme.

******

Calypso

-A ti te quería ver, maldito infeliz -saco el seguro de la pistola que tomé en mi guantera. Hyperion se da la vuelta, con una sonrisa burlona iluminando su rostro-. Quiero una explicación, y la quiero bien limpia y sin rodeos.

Lo apunto directo en la frente, nunca he cargado una arma con balas reales, en mis clases de tiros siempre usaba balas falsas y hasta entonces, no he vuelto a usar una pistola. Pero todavía sé disparar muy bien.

-Baja esto. No creo que esté permitido que las mujeres carguen armas -camina en mi dirección sin temor alguno.

Sin embargo, no bajo la pistola. Mi mano está firme apuntando ,no tiembla. He vine aquí para que me diga la verdad, quiero una explicación y la voy a tener. Dejo salir el primer disparo, se hace a un lado para que no se lo da en la cabeza. Sus ojos salen diez sobre mí, no me importa si me han oído ahí afuera, no me importa si estamos en medio de un evento donde hay docenas de personalidades, no me importa si lo mato aquí mismo, lo que me importa, es saber que ha pasado con mi padre.

LA RULETA NEGRA [+21] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora