ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 25

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-ᴅᴏʟᴏʀ ʏ ᴇɴᴏᴊᴏ-

DANTE

A pesar que me habían puesto un analgésico muy potente, todo mi cuerpo me dolía y no había otro tormento con el cual poder compararlo; el sentir respirar de lado derecho era la cosa más fea del mundo, era como si una enorme burbuja estuviera obstruyendo alguna parte de mis pulmones para no dejar sacar el aire y sentía mucho frío.

Por otro lado, mi visión apestaba; los ojos no dejaban de lagrimearme.

Sentía todo el rostro como si hubiera ido al dentista y a éste se le hubiera pasado la mano con la anestesia, también tenía miedo por mi mano, nadie me decía nada todavía ¿Y si dejaba de funcionarme para siempre? Mi vida entera, mi pasión estaba en mis manos.

Sentía que algo se movía por mi cadera, algo húmedo, algo que punzaba cada que yo respiraba y la piel se me puso de gallina de sólo pensar en la herida abierta.

Tenía ganas de llorar por tanta frustración, pero no me iba a dejar derrotar y prefería pensar en otra cosa antes que derramar una sola lágrima por estar en esa condición, por ejemplo..., que estaba desnudo.

Joder ¿Me habían desnudado? Sí, seguramente toda mi ropa estaba llena de sangre, y por eso traía una bata de hospital, seguro que se me veía tan fea al igual que la venda en mi cabeza y las heridas en mis labios y los ojos morados..., todo por juntarme con la persona inadecuada.

«Renato hijo de puta ¿Cómo había podido haberme hecho algo así?» Pensé con frustración cuando sentí que alguien se acercaba a mí.

Loreley tenía una mano sobre su boca y con lágrimas mojando sus hermosas pestañas, se acercó a mí.

Ninguno dijo nada; se sentó a las orillas de mi cama y me beso, sentí mucho dolor, pero fue reconfortante.

―Dante...

Intentó abrazarme y escucharla decir mi nombre me hizo también romper a llorar en silencio, aunque mi respiro quejoso me delataba no me importó, sentirla a ella junto a mí me había hecho recordar cómo me había sentido al momento de ser golpeado y fue inevitable compartírselo.

―Tenía mucho miedo Loreley, pensaba que no iba a volver a verte, tenía miedo de no volver a estar junto a ti, de no escuchar tu voz, ni sentir tus caricias, eras en lo único en lo que pensaba mientras me golpeaban ―intenté sonreírle, pero sentía que mi labio volvía a tronar―. Ahora que puedo verte, estaré bien.

Ella se quedó recostada sobre mi pecho, llorando en silencio, yo la abracé, mi costilla seguía doliendo, pero podía sentir el calor de su cuerpo, el olor de su cabello me tranquilizaba y nada en ese momento era más importante que su abrazo.

Un momento después se incorporó, limpio sus lágrimas y se me quedó mirando.

―Fue tu amigo ¿Cierto? Ese tal Renato.

―Sí.

―¿Y harás algo al respecto? El doctor dijo que llamaron a la policía y...

―Lo mejor será que no. Ya no quiero saber nada más de él y tengo miedo de que él o su padre puedan hacer algo peor.

Parecía que ella había dejado de respirar por unos segundos después de escucharme y afirmó con la cabeza.

Me hubiera gustado decirle que el motivo para quedarme de brazos cruzados era ella, que tenía miedo que Renato le hiciera algo.

―Respeto tu decisión, pero yo lo denunciaría, aunque has de tener un porque y por ahora lo respetare.

―Gracias. Además, lo único que me importa es estar bien, salir adelante.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora