ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 34

5.2K 409 46
                                    

-ʟᴀ ᴄᴀʀᴛᴀ ᴘᴇʀᴅɪᴅᴀ-

LORELEY

Ya era de mañana pero todavía estaba bastante cansada.

La noche anterior había sido mágica y de sólo recordarla no pude evitar sonreír.

Los rayos del sol lastimaron mi mirada al intentar buscar a Dante en su lugar de la cama, pero él no estaba.

Creí que se encontraba en el baño o en su estudio, pero unos sollozos me hicieron agachar la mirada y encontrarlo tirado en el suelo con los brazos apoyados en sus rodillas, escondiendo su rostro

―¿Dante? ―pregunté preocupada.

Volteó a verme, las pestañas se le batían por las lágrimas.

Se levantó a prisa y me abrazó tan fuerte, pero cuando me cubrió con su cuerpo pude notar algo rojo y blanco arrugado entre su mano.

―Dime que es mentira, que es mentira por favor ―su voz estaba completamente quebrantada.

Intenté separarme de su agarre para mirarlo a los ojos, pero empleaba toda su fuerza para sostenerme. Lo empujé tantas veces como pude hasta que me soltó y dejo caer su trasero de mala gana sobre el colchón.

Miré inmediatamente sus manos y nunca en mi vida me había sentido tan acobardada como en ese momento.

Sentí que algo muy feo tomaba mi corazón y lo arrancaba, respirar dolía, ahogaba y tenía muchas ganas de vomitar por la impresión.

Dante sostenía la carta de Samael.

La recordaba bien: una hoja blanca maltratada por mis manos escondida en un sobre rojo con una estúpida estampilla con flores.

―¿D-De dónde la sacaste? ―mí voz comenzaba a oscilar.

Dante no dejaba de mirarme con sus ojos llorosos y todo se volvió incomodo, el silencio, el ambiente, el sol que se colaba por la ventana, el delicioso aroma de él sobre mi cuerpo y nuestra desnudes.

―Buscaba el anillo debajo de la cama, justo donde dejaste los pantalones tirados el día que viniste a follarme la primera vez.

Intenté buscar entre mi cerebro una extraordinaria explicación sobre esa carta, sobre mí, sobre y él y sobre todo, sobre lo que había pasado todos esos meses, pero nada me venía a la mente.

―Dante, primeramente, déjame decirte... ―pero él me interrumpió con una voz rota por el nudo que se formaba en su garganta.

―Siempre fue él ¿verdad? ―no espero que le respondiera―. Sam ¿No? Samael Lapuente Madrigal. No hay nadie más con ese nombre en este planeta..., Loreley, dilo ―su voz llorosa había desaparecido y la forma en la que pronunció el nombre daba miedo.

―Sí, lo es ―la respuesta fue corta, quería contener las lágrimas que comenzaban a salir de mis ojos.

―¡Carajo Loreley! Estamos hablando de mi jodido primo ―su voz rugió.

Nunca imaginé ver a Dante hablar de esa manera con su rostro enrojecido y su cuerpo denudo tan tenso que podría destruir lo primero que se le pusiera enfrente.

Limpió su rostro con agresividad y rompió la carta por la mitad.

Iba a agachar la mirada, pero sus palabras me detuvieron.

―No intentes esconderte de esto y dame la cara Loreley.

―¡Yo no sabía que era tú primo!

―¿Y qué pasó cuando lo supiste? ¿Por qué no me lo dijiste? Eso es lo que me mata. Él era ese chico de la capucha ¿verdad? Es por eso que te pusiste así ¿Pasaste la noche con él aquel día que no regresaste a casa?

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora