ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 31

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-ɪɴғᴇʀɪᴏʀɪᴅᴀᴅ-

DANTE

Entre estar saliendo con Loreley, mi recuperación e ir de un lado a otro buscando un buen trabajo, el tiempo se me estaba pasando volando.

Había muchas ofertas laborales y muchas oportunidades, pero al medir el entorno laboral nada me satisfacía.

Después de un largo día de entrevistas lo único que deseaba era estar con Loreley por consiguiente en vez de llegar a mi casa, llegué a la suya y al verme me recibió con un abrazo y un beso.

―¿Cómo te fue? ―preguntó, haciéndome pasar directamente a su recamara y tomé asiento en su cama de inmediato.

―El empleo es genial y están absolutamente complacidos en recibirme mañana...

―¿Pero...? ―ella se sentó junto a mí.

―Pero no me gusta, siento que le falta algo.

Ella se quedó mirándome en silencio y pude distinguir que su mandíbula se tensaba de forma apenas perceptible.

―¿Pasa algo?

Ella suspiró y miró hacia otro lado antes de hablar.

―Es solo que..., Dante, tú tienes estudios. Podrías estar donde quisieras en este instante y no lo aprovechas, mientras yo..., llevó el mismo tiempo que tú buscando trabajo y nadie me ha llamado ni me ha dado una sola oportunidad, a nadie le interesan todos estos años de mi vida con experiencia en un trabajo estable.

Me quedé en silencio, ella tenía razón, tal vez me estaba poniendo algo exigente, pero algo me decía que tenía que esperar antes de tomar una decisión.

―Se que estoy siendo un poco exagerado, pero estoy seguro de que va a valer la pena. Además, sobre lo de tú trabajo..., me hablo Samel.

―¿Qué? ―Loreley volteó a mirarme sorprendida, tal vez asustada, pero no le di muchas vueltas al asunto. No tenía un porque para comportarse de esa manera al hablar de mi primo ¿O sí?

―Dijo que abrió un bar por el centro de la ciudad y en unas cuantas semanas es la inauguración, él nos invitó.

―Ya veo... ―la mirada de mi novia se relajó.

―¿Te gustaría ir?

―No ―contestó ella rápidamente y sin pensarlo.

―Él me dijo que, si aún no conseguías trabajo, podría...

―¡No Dante! No quiero tener nada que ver con tu primo.

Ella frunció el ceño y se levantó de la cama.

―Loreley ¿Qué te pasa? ―me levanté tras de ella y de la nada se puso a llorar, encogió su cuerpo y se sentó sobre el suelo.

―¿Amor? ―pregunté preocupado―. A caso Sam... ¿Te falto al respeto o algo así?

No paraba de llorar, me arrodillé en el suelo a su lado y le besé su cabello con olor florar, intentando ser paciente hasta que ella decidiera hablar.

Ella volteo a mirarme al fin y negó con la cabeza.

―Soy yo.

―¿Tú que Lorely? No lo entiendo ―dije estúpidamente.

­―¡Oh, santo cielo Dante! ―sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillaban por tantas lágrimas.

―Lo siento, pero no soy adivino, tienes que decirme lo que pasa.

Ella intentó limpiarse el rostro con la palma de su mano y abrió la boca.

Tuve miedo porque sentía que sus palabras eran algo verdaderamente difícil de escuchar si a ella le costaba tanto expresarlas.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora