ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 10

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-ᴜɴ ᴀɴɢᴇʟ ᴅɪғᴇʀᴇɴᴛᴇ-

LORELEY

Cuando conocí a Samael yo solamente era una chiquilla tonta que provenía de un pueblo pequeño.

Nuestro jodido amor comenzó mientras el jefe me presentaba con el equipo y Samael era jefe de barra, así que se encargaría de mí en lo que se suponía que sería un trabajo temporal.

Él fue quien me había enseñado todo lo que sabía sobre bebidas y coctelería. Era igual a un ángel para mí. Siempre ayudándome, siempre salvándome de otros o de mí misma, siempre haciéndome sentir protegida y querida.

―Apuesto a que no haces una margarita más rápido que yo ―fue lo primero que dijo.

―Claro que sí ―le contesté yo casi gritándole por miedo a que no me escuchara por el ruido de la música―, hago margaritas todos los viernes desde los dieciséis años.

Samael me sonrió.

―Esa voz me agrada mucho, bienvenida al equipo ¿Y sabes qué? Te vez fantástica en el uniforme.

―Gracias ―me sonrojé.

Pasaron los meces y la amistad se fue incrementando, generalmente nos tocaba estar en la misma barra y el día que no era así, la noche parecía demasiado aburrida para ambos.

Uno de esos días, mientras no nos dábamos abasto para servir las bebidas y entregar la cerveza, un chico se me acercó.

―Hey bonita ―comenzó. Volteé y sonreí, solía hacerlo siempre con todos los clientes―. ¿Puedo saber tú nombre?

―Lo dice el letrero ―señalé mi gafete―. ¿Vas a pedir algo?

―¿Qué me recomiendas? ―me dijo aquel chico. Sus mejillas estaban sonrosadas seguramente por haber bailado un buen rato.

―Te ofrezco una cerveza para que recuperes el aliento.

El chico parecía muy a gusto ahí, mirándome.

―Bueno, acepto.

Le di la cerveza, pero él no se fue. Después de un rato puso la botella vacía frente a mí de una forma un poco estruendosa y sonrió.

―¿A qué hora sales? ―preguntó.

―En un par de horas.

―Te estaré esperando.

Lo vi alejarse hacía una mesa donde seguro estaban sus amigos que le hicieron bulla a su llegada, el volteó de nuevo hacia donde estaba yo he intente hacerme la tonta, pero cuando me volteé para seguir trabajando Samael estaba frente a mí, mirándome muy serio y nunca había recibido una mirada así de él.

La noche transcurrió y mi compañero no me hablo en toda la noche, incluso limpio su zona y desapareció de mi vista sin siquiera despedirse; en ese entonces solíamos irnos juntos a casa, pero supe que esa noche no sería así.

Fui a cambiarme y cuando salí del recinto alguien toco mi hombro. Volteé pensando que sería Samael y gran sorpresa me llevé al notar que era el chico de la cerveza.

―¿Puedo acompañarte, Loreley? ―preguntó.

Estaba a punto de abrir la boca cuando alguien me empujo por el pecho. Samael se paró entre el chico y yo y señalo al chico al rostro con una mirada casi lobuna.

―Loreley está conmigo.

―¿Qué? ―preguntó mi pretendiente.

―¿Qué? ―dije yo tan sorprendida como él.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora