ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 19

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-ᴜɴ ʀᴀᴍᴏ ᴅᴇ ғʟᴏʀᴇs ᴄᴏɴᴛʀᴀ ᴇʟ sᴜsᴛᴏ-

DANTE

Marqué al teléfono celular de Loreley un par de veces, pero ambas llamadas fueron mandadas a buzón de inmediato. Tal vez me había bloqueado.

Sabía que ella se había molestado por algo, tal vez era porque le había dicho que yo pensaba en ella de una manera más fuerte, más extensa, más importante, en pocas palabras, que la amaba y mientras subía las escaleras para llegar a su departamento, pensaba en las palabras que podría decirle.

Me preocupaba aquella confesión, no había sido de ninguna forma como la había imaginado y solamente había dos opciones:

La primera era que ella me dijera que no sentía lo mismo por mí y lo mejor sería que se alejara antes de romperme el corazón. Obviamente dolería que ella no sintiera lo mismo que yo, pero había sido muy clara conmigo desde el principio y yo tendría que respetarlo.

Segundo y siendo un poco más optimista, tal vez ella sentía lo mismo por mí y de ser así le diría que sabía lo mucho que la había cagado y que sabía que no era el momento indicado para habérselo dicho y que si, tal vez lo había olvidado como un reverendo pelmazo, pero que me comprendiera porque yo en verdad la amaba.

Dicho esto, al llegar hasta su puerta me limpie el sudor de la frente con la manga de mi suéter y toque a la puerta.

Amelia abrió vestida en pijama de franela y tallando los ojos.

―Dante... ¿Pasa algo?

―Quiero hablar con Loreley ―respiraba fuerte debido a la agitación.

―¿De qué diablos hablas? ―sus ojos hinchados me aventaron una mirada bastante confundida―. Pensé que había arreglado las cosas contigo, ella no llego a noche.

Ambos nos concentramos en nuestras miradas, en un silencio incómodo y áspero.

―No...

―¿No?

La chica dejo abierta la puerta y fue directamente a tomar su teléfono, marcó el número de memoria, pero nadie le contesto, lo hizo una vez más, pero no pasó nada.

Asustada y nerviosa se me quedo mirando y cayó al suelo de rodillas.

―Le paso algo, ella no es así, ella siempre tiene el teléfono a la mano, no importa, nunca lo apaga ―me miró―, ¡Hay no! ¡Hay que movernos pronto, avisarles a sus padres, a la policía! Mi amiga...

La chica se estaba poniendo histérica a lo que tuve que tomarla de los hombros y zarandearla un poco para que se tranquilizara.

― ¡Amelia, vamos por pasos!

Yo también estaba asustado, las manos comenzaron a temblarme y claramente sentí que mi corazón se comprimía al pensar que le hubiera pasado algo malo a Loreley.

―Primero ―dije disimulando mi voz temblorosa―. Vamos a ir a su trabajo, el guardia debe estar ahí, a lo mejor vio algo, tenemos que saber si llego a trabajar.

―Está bien, está bien ―contestó Amelia, pálida de la cara y más temblorosa que yo.

―Pues cámbiate y salimos, yo iré pidiendo un taxi.

Tomé mi celular mientras la chica iba a su cuarto, estaba a punto de dar la dirección para que nos recogieran cuando el teléfono inalámbrico de la casa comenzó a sonar; Amelia salió de su recamara como rayo, a medio vestir, sin blusa y los pantalones de mezclilla mal abrochados.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora