ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 17

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-ᴅᴇsɪʟᴜsɪᴏ́ɴ-

DANTE

Amanecí con tantas ganas de tomar agua como si no lo hubiera hecho en días, la boca se me sentía seca, mi lengua no hacia saliva y podía sentir mis labios partidos.

Necesitaba el agua, pero primero tenía que recordar donde me encontraba; abrí los ojos, hacía mucho silencio en el lugar que no reconocí, entonces sentí un respiro en mi espalda..., estaba con alguien.

En ese momento sentí que un fuerte frío recorría mi ser y luego el tibio cuerpo de la persona a lado de mí abrazándome lo disipaba; hasta entonces, me descubrí desnudo.

¡Carajo!

Solo tenía que dar media vuelta, para saber con quién me había metido la noche anterior y el corazón se me aceleraba mientras lo hacía.

Al mismo tiempo entre mis pensamientos intentaba recordar lo que había pasado para llegar hasta este punto, pero todo era muy borroso y cundo por fin vi a mi acompañante de sueños, me advertí sorprendido al encontrar el rostro de Loreley, quien dormía plácidamente aún.

Fue un alivio saber que no la había cagado y que estaba con ella, ni yo me habría perdonado si lo hubiera cagado así de en grande.

Miré el reloj despertador, eran las ocho de la mañana con treinta minutos, me levanté y todo fue bien hasta que una sensación de vértigo me puso los pelos de punta y me invadió todo el cuerpo.

Cada extremidad de mi ser me estaba temblando, mis manos, las plantas de mis pies sudaban y mi respirar era más agitado.

¡Jodido Infierno!

―¿Estas bien? ―la mano de Loreley tocó mi hombro y volteé. Me miraba con ojos adormilados y preocupados.

―¿Fui drogado?

Estaba asustado porque los síntomas lo señalaban, pero no podía recordar nada. Ella abrió sus ojos hinchados con más fuerza, la pregunta le había sorprendido.

―Ayer..., dijiste que tú amigo te puso algo en el café.

Ella se escuchaba molesta.

―No, no lo sé.

Tomé mi cabeza esperando que la adrenalina que recorría mi cuerpo se acumulara en mi cerebro para ver si por pura casualidad eso me ayudaba a recordar.

―¡No puede ser que no lo recuerdes Dante! Tú lo mencionaste claramente, que ese estúpido chico..., no recuerdo su nombre, fue él quien te drogo, luego me pediste que no me enojara contigo, me llamaste diablilla y al final confesaste que me estabas ama...

Loreley tapo sus labios con sus dedos de forma asustada y se levantó de la cama. La vi sonrojarse mientras se ponía su bata.

―¿En serio no recuerdas nada? ―me confrontó.

―Nada ―fui sincero.

Sus ojos se notaban desilusionados, pero no se lo dije, tan sólo la escuché suspirar y sin voltear a verme siguió hablando.

―¿Cómo te sientes?

―Tengo sed ―admití.

―Te traeré algo.

Salió de la recamara y tardo menos de un minuto cuando regreso con un vaso de leche.

―Esto te hará bien.

―Gracias ―tomé el vaso con las manos medio temblorosas y la leche se sentía tan fresca y maravillosa que me la tomé de un solo trago.

―Ahora será mejor que te vayas.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora