ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 29

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-ᴘʀᴏᴍᴇsᴀ ᴅᴇ ᴀᴍᴏʀ-

DANTE

Al siguiente día no me aguantaba el dolor de la espalda y el de la costilla que aún no se recuperaban por completo, pero pasar la noche como la que tuvimos Loreley y yo valió la pena.

Extrañaba todo de ella, la forma en la que me besaba mientras estábamos juntos, la manera en la que decía mi nombre, su piel suave y húmeda por el ajetreo, el olor de su pelo colándose por mi nariz y la forma en la que su cuerpo se acoplaba al mío.

Volteé a su lado de la cama, pero ella ya no estaba, al parecer se había levantado temprano.

Me levanté con mucho esfuerzo, quería alcanzar a Loreley antes de que mamá la hiciera su cómplice en la cocina y comenzare a contarle cosas raras sobre mi juventud.

Me bañé, me arreglé y salí a toda prisa directamente en busca de mi novia.

En la cocina ya estaba mis tías preparando el desayuno y chismeando, pero no vi a mi novia, me asomé al comedor que estaba completamente solitario y el aire entraba por la puerta corrediza que estaba abierta.

Me asomé. Mamá estaba acomodando la enorme mesa del patio que habían rentado, mis primos también estaban ahí alrededor de mi padre escuchando alguna de sus historias que desde su perspectiva siempre parecían bastante maravillosas, mientras que mi hermana no dejaba de picar el enorme tazón de frutas y mi cuñado intentaba entretener a mi sobrino.

Miré hacia una esquina del patio donde primeramente percibí a Loreley, traía un delantal puesto, al parecer también estaba ayudando, pero no parecía feliz, más bien estaba bastante seria y cuando me pregunté a que se debía solamente bastó con mirar a su lado para encontrar a Samael.

Él llevaba sus lentes de sol y miraba hacia el cielo y otros lados, parecía que ambos movían sus bocas, pero lo hacían de una manera tan ligera que era difícil saber si en verdad estaban hablando.

Admito que sentí celos, fue bastante inevitable.

Caminé a paso firme y al quedar frente a Loreley la besé, inmediatamente volteé a ver a mi primo que solo miraba hacia nuestra dirección muy seriamente.

―Hola amor, hola Sam ¿Todo bien? ―le pregunté a Loreley y ella al fin sonrió.

―Hola..., sí. Estábamos ayudando a tú madre, pero ella insistió en que ya todo está listo y nos quedamos un rato aquí tomando el sol.

―Ya veo.

―Le estaba comentando a tú novia que no tiene mucho regresé de Paris. Ella dice que también se dedica a preparar bebidas y cocteles.

―¿También?

―Sí primo ¿No lo sabias? Soy bartender. Estuve también viviendo en la ciudad y trabajaba ahí. Conocí a una chica, me enamore de ella, pero tuve que ir a Paris a prepararme mejor, ahí me enamore de una parisina así que la cague con la primera chica a la cual admito sigo amando. Ahora que estoy de regreso y con todos mis sueños hechos un fracaso de mierda estoy buscando un trabajo. En la mañana una de mis tías le preguntó a Lory a que se dedicaba, ella respondió y creí que podría ayudarme.

―Pero le dije que ya no estoy ejerciendo ¿Cierto?

Mi primo sonrió y afirmó con la cabeza. Yo también sonreí, pero lo hice más por educación que por otra cosa y los celos me volvieron ¿A caso le había dicho Lory? Ni si quiera yo me atrevía todavía a abreviar su nombre.

Inmediatamente intenté decir algo, pero las ideas no me salían y por consecuencia, las palabras menos.

―¿Y qué me cuentas de la costilla rota y la mano dañada? ―preguntó Samael como si supera que ya era hora de pasar a otro tema.

Dante entre pacto y éxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora