Lizzie Spot nunca pidió los poderes que ahora la convierten en una amenaza para el multiverso, ni tampoco esperaba enamorarse del hombre que juró detener a su padre: Miguel O'Hara, guardián del canon y protector del tejido arácnido.
Un cruel experi...
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Siempre me he convencido de que lo que hago es por el bien de todos. Cada rostro sonriente que veo en estas calles me da la certeza de que estoy arreglando lo que el mundo rompió. No hay robos, no hay lágrimas, no hay dolor... todo está en calma.
Pero el silencio en mi mente nunca desaparece. A veces, en las noches más tranquilas, siento que algo me falta, como si hubiera olvidado una pieza importante de mí misma. Aun así, sigo adelante. Sigo apagando los gritos antes de que se conviertan en peleas. Sigo arreglando los hilos de esta sociedad que se desmoronaría sin mi poder.
"Todo está bajo control", me repito una y otra vez, aunque no estoy segura de si esas palabras son para ellos... o para mí.
Y entonces lo siento. Algo que no debería estar aquí. Un latido que no viene de mi poder, sino de algo más. Miro al cielo, y mi corazón se detiene cuando lo veo.
Una grieta.
Es imposible. Nadie puede atravesar el domo. Mi domo. La grieta se expande, y la luz que emerge de ella es cegadora. Me llevo una mano al pecho, incapaz de respirar cuando su figura comienza a materializarse.
Miguel.
Doy un paso atrás, sintiendo cómo todo mi interior se desmorona en un instante. ¿Cómo llegó aquí? ¿Por qué? Él no debería estar aquí. Lo mantuve fuera por una razón.
—Miguel... —mi voz apenas es un susurro.
Él me mira, y su mirada es como un golpe directo al alma. No hay odio en sus ojos, tampoco amor. Solo tristeza. Una tristeza que me consume por completo.
Intento hablar, pero no puedo. ¿Qué se dice en un momento así? Me aferro a la barandilla de la torre, mi mente inundada por recuerdos de todo lo que fuimos. De todo lo que yo arruiné.
—Elizabeth —dice finalmente, su voz firme pero cargada de dolor—. ¿Qué hiciste?
Y ahí está, la pregunta que siempre temí escuchar.
Sabía que aquella pregunta había derrumbado por completo cada una de mis barreras. Mis ojos cayeron en los suyos.
Cansados y dolidos como siempre. Aunque hubo momentos donde estos mismos me miraban con una pizca de amor y esperanza entre miles y miles de hoyos que intentaban llenar un vacío que nos pertenecía. Que me pertenecía...
— ¿Como has estado? — aquella pregunta me dejó desubicada. Sabía que después de todo lo que había pasado, no me esperaba que el hombre que amaba se preocupara aún así por mí.
— Bien... todo gira perfecto, Miguel. — camine en círculos al rededor de él. Intentando mantener mi compostura y que la sonrisa falsa que tanto me había esforzado en crear no se perdiese.
Y realmente cualquiera que viera mi mundo, diría lo mismo que digo yo. Todos felices, todos contentos, pero vacíos...
A excepción por la grieta que comenzaba a formarse detrás de él. Al principio siendo solo una pequeña raja que marcaba la intrusión de aquel hombre. Pero conforme pasaba cada mirada o cada suspiro dado por el, esta se iba expandiendo como un veneno.