No era el único que se había dado cuenta de que Kena no reaccionaba.
-¿Qué pasa? –preguntó Astre.
-Creo que mis compañeros están allí.
-¿Dónde? –pregunté yo.
-Ahí –ella señaló uno grupo de cuerpos no muy lejos de allí.
-Seguro que no son esos –dije tan rápido como pude.
-Sí que son ellos.
Una estatua de marfil. Eso era lo que parecía en esos momentos.
-Voy a ver si están vivos –y empezó a correr hacia ellos.
Ese vampiro fue detrás de ella, pero cuando me quise levantar Scarlet me cogió de la manga.
-No vayas Riptide.
Asentí y me volví a esconder.
- ¿Ahora qué?
-Vamos a trazar un plan. No voy a dejar que continuéis en esta lucha. Nos vamos cuando Riot regrese.
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Corría hacia ellos. Por extraño que parezca no estaba tan triste como imaginaba, había adoptado una posición de apatía total. Pero tenía claro que cuando saliésemos de esta maldita ciudad iba a llorar sus muertes.
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No sé porque, pero no quería morir. Tenía encima el firmamento, y la luna estaba borrosa. Todos mis soldados y compañeros abatidos o heridos. No me podía mover, y estar encima de ruinas ensangrentadas no ayudaba a que mis últimos segundos de vida fuesen, como mínimo, soportables.
Con todo no podía había podido hacer las paces con Kena. Ay mi Kena. Había sido un cerdo con ella. Le había mentido sobre mi verdadera profesión porque temía que dejase de ser mi amiga. Porque estaba claro que si le decía que era yo quien la había operado todo ese tiempo no iba a darme las gracias por ello y creo que el hecho de haberme fugado con ella meses antes de que destruyesen el hospital no servía para arreglarlo. Además de que borrar sus recuerdos sobre todo referente a lo del hospital deduzco que tampoco ha servido mucho. Y aunque finalmente hubiese aceptado mínimamente ese hecho seguro que no me perdonaba lo de haber jugado con sus sentimientos.
Bueno, no es que hubiese jugado, porque ahora que lo pienso puede que la quiera de verdad. Y que me enamorase de ella, pero sin ninguna intención de jugar con ella.
Quise gritar pero solo tosí sangre.
No sabía que pensar sobre nosotros. Porque me daba miedo. Era un cobarde, era un puto cobarde que hacía lo que hacía porque tenía miedo de que si hacía lo contrario no saliera bien. Todo esto me estaba mareando. Pero si iba a morir en pocos minutos quería tener claro todas las encrucijadas que había formado mi mente. Pero todo me llevaba a una única salida: Kena.
-Kena... -susurré, mientras sonreía.
Y entonces un hermoso ángel con los ojos llorosos me vino a buscar para llevarme al cielo y lo peor era que se parecía jodidamente a Kena.
-Estoy aquí –dijo ella sujetándome la mano.
Estaba confuso, ¿era realmente ella en carne y hueso?
-¿Kena? –pude decir.
Me cogió la mano y pasó su otro brazo por detrás de mi cuello para alzarme hasta casi rozar su rostro.
-Sí, soy yo –sus palabras estaban teñidas de dolor y una mueca de tristeza estaba dibujado en su rostro ¿Sentía pena?, ¿Sentía pena por mí? –No te mueras Dante...
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