A veces me gustaría tener un corazón de piedra, pero después de meditarlo durante tiempo me di cuenta que sería muy aburrido. No poder amar a alguien con todas tus fuerzas, no poder saber lo que era la felicidad absoluta. Aunque ahora que lo vuelvo a pensar, aunque no supiese lo que es amar a alguien habría podido ahorrarme el dolor de perderlo todo, o el dolor de echarlo tanto de menos que todo a tu alrededor parece recordarte a esa persona especial.
-Kena vamos a comer –gritó Reina- baja del árbol.
-No tengo hambre estaré un rato más vigilando.
Habían pasado dos meses desde que Gabriel me había olvidado. Ahora estábamos viajando hasta el haz de luz. Sé que todo es muy confuso y que no entenderéis nada, pero durante el transcurso de la historia iréis comprendiendo cosas, además de que también os lo contaré a medida que pase el tiempo.
-Venga Kena –dijo Dante- se va a enfriar el pescado.
Dante, Riptide y Reina estaban debajo del árbol en el cual estaba sentada cocinando pescado a la brasa.
Suspiré. Bajé de un salto del árbol, eran tres metros de altura, pero durante estos dos meses yo y Riptide pudimos controlar mejor eso que ahora denominamos 'locura', no nos matamos buscando nombres, y ahora mi resistencia era más fuerte que nunca. Dante había entrenado muy duro, y también había aumentado su resistencia, también Reina, al ser un vampiro, había crecido en cantidad su fuerza.
-Siéntate Kena –dijo Reina.
Me senté a su lado encima de la yerba.
Después de contarles a Scarlet y a los demás mi primer contacto con las drogas, eso del ángel, se rieron. Pero cuando Riptide contó lo mismo, ya no le encontraron la gracia. Por ese motivo, cuando nosotros partimos a matar los vampiros ellos no nos quisieron seguir. Más bien dicho, yo y Riptide los obligamos a quedarse. Y solo Reina y Dante nos acompañaron en nuestro viaje.
Justo después de tomar esta decisión, la primera noche que pasamos fuera, Riptide y yo volvimos a soñar con nuestras supuestas 'madres' ángeles. En esa visión yo conversé con ella con normalidad. Fue así:
"-¿Por qué has vuelto? –pregunté.
-¿Has tomado una decisión?
-Sí; Voy a matar a todos los vampiros, voy a erradicarlos del mundo.
Asintió con el semblante triste, se tocó las sienes y me miró con esos ojos maravillosamente hermosos de color azul.
-No eres la única de los ángeles caídos que ha tomado esa decisión -se acercó a mí y me cogió las manos- Te voy a decir lo que le han dicho las otras madres a sus hijos, hemos creado varios portales hacia su mundo. Solo id y exterminadlos, porque cuando terminéis os queremos de vuelta.
Asentí y me desperté"
Por eso estábamos los cuatro en dirección hacia ese haz de luz. Estaba contenta por saber que mi viaje llegaba a su fin, pero me desagradaba la idea de cuando todo terminase hubiese de abandonar a mis amigos.
-No me gusta el pescado –dije mientras me sacaba las espinas de la boca.
-Pues es lo que hay –dijo Riptide.
Chasqueé la lengua y continué comiendo.
-Solo quedan unos pocos días de viaje –dijo Reina- no sé porque, pero estoy emocionada.
Dante se rió.
-¿Eres consciente de que vamos derechos a la boca del lobo?
-Sí –dijo ella aún con una sonrisa.
Él suspiró.
-Mi madre me dijo que tendríamos que esperar a que todos nuestros compañeros que estén por la zona, se agrupen entorno el haz de luz, porque si no, no podremos travesar –dijo Riptide.
-Bueno –dijo Dante- no creo que tarden mucho en llegar.
Al terminar de cenar, Dante y Riptide se pusieron a dormir, Reina subió a la copa del árbol más alto para vigilar, y yo busqué un hueco de cielo entre el tapiz de ramas que había encima nuestro. Estábamos en el bosque, y con tantas hojas era difícil ver el cielo negro de la noche.
Finalmente encontré una claro, me senté a los pies de un nogal y miré la luna creciente.
-¿Dónde estás?...-susurré a la brisa.
Lo echaba mucho de menos, no sabía cómo disimular lo mucho que lo extrañaba, y las lágrimas querían acudir a mis ojos. Pero yo las retenía.
-Gabriel... -susurré su nombre a la luna, para que cuidase de él.
Apreté mis piernas contra mi pecho y clavé los tacones en la hierba.
El mismo día en que me desperté decidí soltarlo con la promesa de que no nos haría daño, y así fue. Lo solté y él se marchó para siempre, no lo he vuelto a ver más.
Antes de caer rendida al sueño di un último vistazo a la luna y le sonreí. Esa sonrisa iba dedicada a Gabriel, porque en algún recóndito sitio de mi corazón tenía corazonada de que él estaba observando la misma luna que yo, y eso me daba una falsa sensación de cercanía.
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Cada día. Poco a poco. Iba recordando mi vida y con ello la iba recordando a ella. Y cada vez estaba más absorto por los sentimientos que ella había creado en mi interior.
Si os cansáis de leer tanto, porque estoy haciendo la historia muy larga, me avisáis que acortaré la historia.