Capítulo 11 ©.

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Siento unas manos zarandeándome de un lado a otro y acabo, sin tener otra opción, despertándome.

Entrecierro los ojos y veo una doble figura borrosa, el duplicado cuerpo de una pequeña niña vestida de rosa parece mirarme fijamente, como si yo fuese un ser de otro mundo.

Resoplo sintiendo todo mi cuerpo pesado, como si hubiese recorrido cientos de kilómetros ayer. Dios… ayer…

Ayer.

Ayer.

Me levanto de golpe para ver dónde narices estoy.

Al instante me quejo gimoteando y sujetando mi cabeza entre mis manos. ¡Esto es horrible! Tengo una jaqueca insoportable.

—¿Estás bien? —pregunta una de las siluetas con una voz extremadamente aguda, ni siquiera la miro ya que hasta el sol me provoca malestar.

—Estoy... bien —le digo confundida, intentando calmarme y asimilar los casi martillazos que siento sobre la cabeza.

—¿Váis a tener muchos bebés? —pregunta y abro un ojo sorprendida.

Las figuras se ven claras y se pueden diferenciar dos de ellas. Qué estúpida soy… son gemelas, no veía doble.

—¿Qué bebés, bonita? —pregunto con ternura al ver lo adorables que son.

—Como los bebés que van a tener mis papás. Van a ser mis hermanitos.

—¡Y los míos! —exclama la otra gemela, son idénticas y encima van vestidas con el mismo vestido blanco y rosa, saltan a la cama, cada una a un lado mío y ya no sé cuál es cuál.

—Aún no soy tan mayor como para tener bebés, bonitas —digo masajeando mis sienes.

—Qué braguitas más raras —una de las niñas sube mi camiseta haciéndome sonrojar y buscar rápidamente mis shorts para colocármelos.

—Qué feas —concuerda la otra niña, haciéndome reír por su sinceridad.

Una vez tapado el tanga de encaje negro (que a las niñas les parece feo pero que a mí costó doscientos dólares y tres meses de espera), intento hacer memoria mientras las gemelas saltan y consiguen hacerme sentir en un barco en medio de una tormenta.

Cuando mis ojos se topan con un charco de vómito sobre el suelo, se me suben los colores y me vienen todos los vergonzosos y dolorosos recuerdos de la anterior noche.

—A West le gustan las niñas—. Una sujeta un mechón de mi pelo, que gracias al alisado no se ha subido hacia arriba haciéndome parecer un girasol.

—En realidad, prefiere a los niños —le contesta la otra y al instante empiezan una chillona discusión de la que no me entero de nada.

He quedado como una niña tonta y malcriada delante de Jace, la he liado como lo haría una Drama Queen, he hecho el ridículo delante de todos, y lo peor de todo, le he dicho cosas horribles a Eric.

He herido sus sentimientos y he estallado hasta llegar a soltar soeces que realmente no pienso de él, pero que del enfado no he podido controlarlas.

Sin embargo, a pesar de que dije que él me controlaba y mandaba sobre mí como un obsesionado estando borracha, no me arrepiento. Supongo que fue el ver a todo el mundo soltarse con libertad me hizo ver que Eric era el que mandaba sobre mi vida.

Sigo amándolo como a nadie en este mundo, pero debo hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde. Definitivamente, ninguno de los dos estamos bien.

—¡Oye! —grita una de las crías en mi oído haciendo que mi vista se nuble del dolor que me está causando la resaca sumado al ruido.

—Dime, dime, dime —aprieto los dientes frotando mi oreja.

¡Quítate las gafas! (NCAMH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora